domingo, 22 de abril de 2007

Carta del Adios


22/04/07

Lluvia derramada de las ramas de los árboles y los tejados de las casas, que enjuagan su moho. Domingo, triste domingo de abril. Las personas de una ciudad no muy escandalizada, han guardado los murmullos y el rechinar de sus suelas de goma mojadas, por los charcos y baldosas ahuecadas y permanecen en sus casas rezando por el sol, rindiéndole silencio tras sus puertas cerradas. Nadie se encuentra en las calles más que una triste adolescente fumando un cigarro marrón, con sus ojos de algarrobo contemplando la lluvia, que dejó su amor sobre la ciudad donde creció. Tras ella se eleva un edificio de dos plantas, sobre el que con orgullo de su creador, un cartel con letras azules y blancas, dice en letras grandes: "Funeraria Garzón". Una sala de estar, donde nadie quisiera encontrarse, se encuentra habitada por muchas personas. Unas llorando, otras sonriendo, otras guardando silencio y otras guardando el dolor. Siguiendo el piso de parqué hasta el final de la extensa sala, una modesta puerta añeja y despintada, como guardando el paso del tiempo de cada persona que falleció, esconde un ataúd funesto, donde reposa el cuerpo del joven que una mañana de domingo, tomó su viejo revolver y se suicido. Su herida de bala en la cien, fue maquillada como una estrella de televisión y su ropa pulcra y planchada, le da la imagen de un joven y fino poeta que nunca en su vida caracterizó.
Nunca apreció el dinero. "El dinero no me hará más rico, ni más pobre, en todo caso me hará infeliz", siempre decía. Nunca apreció los domingos. "Los tristes domingos, son míos ahora, de nadie más", en su carta escribió. Siempre busco su amor eterno. "Entre líneas y cigarros, entre café y desamor, siempre busqué amor eterno y muriendo lento, eterno sólo fue el dolor", en sus ojos toda su vida encerró.