'Secretos de un escritor'
(2004, por Hernán Poulett)
La noche anterior había dejado la ventana abierta, para airear un poco la pieza impregnada del fuerte aroma a tabaco negro que fumaba habitualmente, habiendo caído dormido sobre mi cama en algún momento de la noche, que la ginebra se guardó para sí misma, sin dejarme rastro alguno de recuerdo. Era muy temprano aún, el sol a penas si se asomaba en algún lugar del cielo aclarando la negra oscuridad de una noche sin estrellas, a un espeso azul marino que no mucho dejaba admirar, pero si que aún era temprano e iba a ser una mañana fría. Mi piel era testigo de eso, testaba las frescas sábanas heladas a lo largo de su cuerpo, sumiéndome en los escalofríos que me hicieron arrodillar sobre el colchón para cerrar la ventana junto a la cama, antes de volverme a caer rendido a ella, como imitando la primeriza madrugada, pero esta vez cubriéndome con dos gruesas frazadas que descansaban a los pies de la cama. Las nueve de la mañana en punto, marcaba un añejo reloj cu-cu que colgaba a un costado de la entrada a la acogedora alcoba. Con los ojos entreabiertos, en realidad con uno de ellos porque la otra mitad de mi rostro se encontraba hundida en la almohada, eso es lo que pude ver, mientras volviendo la totalidad de mi cara a las profundidades de la almohada me desperezaba sin quererme levantar, pero mi estomago pedía a gritos desayunar y mi próstata obligaba a comenzar otro día más. Quitándome de encima las cobijas y sentándome en la cama, el frío ambiental tornaba mi piel rugosa, metiéndose en mis poros como buscando entrar a mi cuerpo, buscar mis pulmones y encontrar el néctar de la pulmonía.
Rápidamente corría unos pocos pasos hasta el final de la cama, tomando una bata grisácea del respaldo de una silla donde dejaba las prendas que más usaba y me amarraba las cuerdas como buscando arroparme y sosegar el inminente frío. Ya estaba listo para salir de mi habitación. Casi estudiado recorrido, salía de la alcoba no sin antes calzarme las pantuflas, poniendo un pie fuera, afirmándome sobre el piso de parqué que cubría todas y cada una de las habitaciones de mi hogar, a excepción de mi habitación que se encontraba recubierta de una aterciopelada alfombra azul. Por el pasillo me dirigía al lado izquierdo, pasando junto a la estufa de metal amurada a un costado de la pared, debajo de un muy mal ubicado cuadro de Dalí, ya para entonces luego de años opacado por el hollín que generaba la estufa. Iba al baño, orinaba, lavaba mis dientes y situado frente al espejo, me rascaba el cuero cabelludo a modo de peinado, como una vieja costumbre acompañada de muecas que iban desde abrir la boca y sacar la lengua para mirar si estaba blanca por la acidez que regalaba el alcohol, como era normal, hasta frotar las palmas de mis manos sobre la barba primero y el rostro completo después, como buscando erradicar de inútil manera la fiaca. Por el pasillo por donde me había dirigido hacía instantes, era por el que regresaba en dirección a la cocina al otro lado de mi hogar. Me afirmaba sobre el piso de parqué que cubría todas y cada una de las habitaciones y al lado izquierdo me dirigía pasando junto a la estufa de metal amurada a un costado de la pared, debajo de un muy mal ubicado cuadro de Dalí, pasaba por la puerta de mi habitación la cual tenía una aterciopelada alfombra azul que la diferenciaba de las demás habitaciones y en el trayecto al final del pasillo se veía la blanquecina claridad ya para entonces instaurada en el cielo, que entraba por las ventanas de la cocina y reflejaba sobre el empapelado de arabescos bordo que cubrían el largo del pasillo. Pero algo me detuvo. No era un obstáculo en el camino, ni mucho menos una persona que raro sería encontrar en mi solitario hogar. Era el asombro, o bien podría ser llamada la extrañes. Al voltear hacia atrás, era la extrañes de creer no haber visto a la salida de mi habitación de donde la claridad emanaba una tenue iluminación al pasillo, unos rastros de tierra caliza que no llegaron a sofocarme, si no más bien ni siquiera llegaron a importarme. Tierra caliza nada más, mi casa está rodeada de árboles y tierra caliza nada más, mis botas siempre están sucias al sacar la basura en las noches sin más -pensé volteándome y continuando mí camino-. Entrando en la cocina, que recordando ahora junto con el baño, eran las otras dos habitaciones que se diferenciaban de la totalidad del hogar por sus pisos azulejados, tome un encendedor de la mesada y abriendo la llave de gas prendí una hornalla sobre la que pose la pava, disponiéndome así, mientras el agua que ésta poseía se calentaba, a buscar en la lacena un taper que contenía granos de café, los cuales vertí en un pocillo y comencé a machacarlos para hacerlos polvo. Podía mirar mientras tanto por la ventana, pero no podía evitar la tristeza del día gris. Afuera garuaba muy sutilmente, casi imperceptible, las tierras estaban húmedas y los árboles más verdes y entre las ramas, el lago y las montañas no podían observarse por los tupidos ombúes y eucaliptos. Así todo apreciaba esos días, era cuando los sentimientos se hacían más blandos y la angustia entumecía a flor de piel. Eran los días más humanos. El agua de la pava comenzaba a hervir haciendo sonar el roce metálico de su tapa y vertiendo la misma en el pocillo, le agregaba azúcar y lo revolvía hasta extraerle el aroma a romance. Con mi taza humeante alcanzando mi nariz, me sentaba en la mesa redonda de algarrobo que se centraba en la cocina dispuesto a beber mi café y compartiendo el irrevocable silencio, me sumía en miradas inverosímiles e inmóviles variando de a ratos con ojos inquietos buscando llegar más allá de lo que mis ojos llegaban. En mi pecho sentía un ligero vacío, que la cotidianidad intensificaba en cada día, pero ya era algo que formaba parte de lo normal en mi vida, por lo que al igual que una droga dura ya con el pasar del tiempo esa angustia no causaba en mí el mismo efecto que en sus comienzos. Dejando mi taza vacía sobre la mesa caminaba unos pocos pasos hacia el living arrojando a la chimenea unos trozos de tronco que rociaba de alcohol y volviéndome hacia la mesa ratona, tomaba un cerillo y un cigarro negro, el cual me encendía y conservando el fósforo ardiente me acercaba nuevamente a la chimenea tirandolo sobre las maderas que se prendían fuego en una llamarada. No había cosa que disfrutara más que encender la chimenea y recostarme sobre el sofá con el cenicero posado en mi pecho, fumando un cigarro y contemplando el esplendor del fuego y eso es lo que hacia en todas las mañanas. Era como un ritual para mí, a decir verdad mi vida se dividía en pequeños rituales que me daban tranquilidad. "Los secretos son tan secretos a veces para nosotros mismos que perdemos el conocimiento de lo que en algún momento conocíamos", es donde me había quedado en mis escritos, es junto a los que me encontraba sentado en el escritorio de mi recamara, releyendo las últimas líneas redactadas, luego de haberme levantado del sofá del living, haberme dirigido hacia la cocina pasando junto a la mesa de algarrobo que en ella se centraba y preparado otro café ya con el agua caliente aún de la que había calentado para preparar el primero, haber caminado por el extenso pasillo de paredes forradas con arabescos bordo hasta alcanzar la claridad que entraba por la ventana de mi acogedora alcoba y salía hasta el pasillo emanando una tenue luz, sobre donde me encontré parado sobre unos restos de tierra caliza y es que mis botas siempre se ensuciaban de la tierra caliza que rodeaba mi hogar cuando en las noches sacaba la basura, luego de haber entrado a mi recamara la cual tenia una aterciopelada alfombra azul que junto a los pisos azulejados del baño y la cocina se diferenciaba de todas las demás habitaciones y haberme sentado junto al escritorio de mi recamara, releyendo las últimas líneas redactadas que decían "Los secretos son tan secretos a veces para nosotros mismos que perdemos el conocimiento de lo que en algún momento conocíamos" y era donde me había quedado en mis escritos. "Las personas caminaron lo suficiente para sentirse cansados, pero se habían dado cuenta que no llegaban a ningún lado, más que al lugar de donde habían empezado porque de nada servia caminar hacia un lugar si caminando creían que a ningún lado iban a llegar" escribí luego de horas de meditación y silencios con cigarrillos en un cenicero apagados. La rutina de escritor y el labor del pensar era muy solitario y en líneas y frases quedaban en cada día todas mis fuerzas depositadas, como materializando en la tinta la energía del alma sin dejar en mi interior lo necesario para poder vivir. Levantándome de mi asiento con el cansancio gastado me acercaba hasta la puerta de mi habitación junto a la que dejaba mis pantuflas y caminando hacia la cama, caía boca abajo abatido a descansar y antes de mis ojos morirse al sueño, por el pasillo la sombra de alguien pareció pasar, pero ya era demasiado tarde para hacer algo o al menos corroborar lo que me pareció haber observado, estaba demasiado cansado y apto como para creer ver lo que talvez nunca ha sucedido. Sin más me quedaba dormido.
Las cinco de la tarde en punto marcaba el añejo reloj que colgaba en la pared junto a la puerta de mi acogedora alcoba. Con los ojos entreabiertos o más bien con uno de ellos ya que casi la totalidad de mi rostro se encontraba hundido en la fiaca de la almohada, eso es lo que pude ver, mientras que con el cuerpo débil en peso muerto como infringiendo presión sobre el colchón, parecía hundirme en el sin quererme levantar, pero algo me había despertado porque tenia esa sensación de haberme despertado por algo ajeno a mis necesidades de descansar, ya que me encontraba muy cansado y hubiera seguido durmiendo muchas horas más. Y justamente algo me había despertado, el eco de los golpes de la puerta principal de mi hogar se filtraban en la intimidad de mi casa rondando por el comedor, filtrándose al extenso pasillo como repicando sobre el piso de parqué y alcanzándome abatido a mis oídos en la almohada tratando de persuadir cualquier motivo que a la participación de mi persona en alguna situación involucrara. Quitándome de encima las cobijas y sentándome sobre las sábanas, el frío del ambiente se hacia notar en el vapor de mi respiración, pero aún con mi grisácea bata puesta incluso al dormirme, no sentía el frío, lo cual no quería decir que no sintiera su presencia y que me cruzara de brazos como buscando darme a mi mismo calor. Ya estaba listo para salir de mi habitación. Saliendo de la alcoba, no sin antes haberme puesto mis pantuflas, me afirmaba en el piso de parqué que cubría casi todas y cada una de las habitaciones a excepción del baño y la cocina que tenían pisos azulejados y de mi habitación que se encontraba recubierta de una aterciopelada alfombra azul y me dirigía al lado derecho, cruzando el largo pasillo donde al final del mismo se veía el reflejo de la luz blanquecina de la tarde que entraba por la ventana de la cocina y se proyectaba sobre el empapelado de arabescos bordo que cubría el largo del pasillo. Entrando a la cocina me dirigí hacia la ventana y a través de las blancas y viejas cortinas de transparencias pude ver a una persona, recordando al instante que era viernes. Era la señora Doris la que venia a mi hogar todos los viernes por la tarde. Ella era una enfermera voluntaria de sesenta años de edad que trabajaba en el hospital de la pequeña ciudad a cinco kilómetros de distancia de mi vivienda. Hacia ya tres años que nos habíamos conocido desde que yo luego de cobrar una sustentable herencia familiar vine a vivirme a esta lugar al sur de mi país. Ella un día simplemente toco a mi puerta. Todas las semanas venia a sacarme sangre que yo donaba para el banco de sangre de la ciudad, en el hospital en el que ella trabajaba. "Eres un muchacho muy bueno", siempre me decía. Ese día no tenia ganas de ver a nadie, incluso a nadie nunca veía, me gustaba la soledad de mi estilo de vida, pero ella era una persona a quien no podía no abrirle la puerta, era una señora muy amable a quien solía respetar. Así que fue cuestión de minutos para que la recibiera:
-Buenas tardes señora Doris- dije con una cálida sonrisa abriendo la puerta
-Muy buenas tardes joven, ¿como se encuentra el día de hoy?
-Bien, bien, muchas gracias ¿y usted como esta?- conteste como costumbre
-Muy bien señor Vincent, muy bien
-¿Que la ha traído por aquí?- esbocé riendo
-Oh, que gracioso señor...Pues ¡traigo mi valijita!- contesto risueña levantando el bolso con sus herramientas de trabajo
-Vamos, adelante, adelante- dije sonriendo
-Permiso señorito Vincent
-Adelante Doris, tome asiento- respondí señalando las sillas junto a la mesa de algarrobo. Por cierto ¿gusta de una taza de café? -continué-
-Si me gustaría, gracias- contesto sutilmente. Joven, no vaya a pensar que vengo únicamente por buenamente haberse ofrecido como donador, siempre es un placer visitarlo -prosiguió-
-Para mi es un placer su visita Doris, ¿cortadito como siempre?
-Si, por favor
-Y dígame, ¿que me cuenta?- pregunté mientras preparaba las cosas para dos tazas de café
-Y bueno, la verdad trabajando mucho, lo cual no siempre es bueno decir que hay más trabajo en el hospital, ya que en la mayoría de los casos es sinónimo de más gente enferma o con problemas de salud
-Si me imagino, debe de ser muy difícil eso
-Claro que si, claro que si, uno no siempre está preparado para ver ciertas cosas, hay gente que en verdad está mal y es por eso que tenemos que agradecer tener buena salud, eso es impagable...
-Absolutamente, absolutamente Doris... ¿y como anda su nieta?
-Y joven lamento decir que como siempre, el mes que viene la operaran de nuevo del corazoncito, eso me tiene muy preocupada, esta va a ser su cuarta operación y las cosas no mejoran
-No sabe cuanto lo siento Doris, en verdad, usted sabe que no creo en Dios, pero siempre pienso en su nieta y a mi manera pido por que todo salga bien
-Se lo agradezco joven, por suerte hay mucha gente que nos apoya a mi familia y a mi, esperemos que todo salga bien, es una nena que tiene mucho por delante...¡Ay mi nietita, pobre de ella, tan chiquita que es!- se quebró la pobre señora llevando las manos hacia su rostro como queriendo absorber sus lágrimas de dolor
-Doris, Doris, no se ponga mal por favor, ya vera, todo va a salir bien, todo va a salir bien Doris- conteste acercándome e inclinado sobre ella dándole una palmada de aliento
-¡Si, eso espero, eso espero joven!- respondió llorando desconsolada
-Si ya vera que si, ya vera que si, es una nena muy fuerte por todo lo que usted me ha contado, vera como saldrá adelante y todo esto quedara como un mal recuerdo, ya no se aflija Doris
-Gracias jovencito, eres un muchacho muy bueno, perdóneme por hacer esta escena, a veces no me puedo contener y yo no quiero molestarlo- dijo sollozando
-Ay Doris, ¿pero que dice? usted no me molesta en lo absoluto, entiendo el dolor que debe estar pasando y lo lamento, pero ya vera que todo ira mejor señora
-Gracias joven, gracias- contesto mientras yo volteándome me acerque a la mesada para terminar los cafés
-De nada, de nada señora, no hay nada que agradecer, nada. ¡Bueno, bueno, ya esta listo el café! -continué llevando las tazas a la mesa, seguido de la azucarera
-¡Que rico tomar café cuando hace este frío!- comento
-Si, aunque a decir verdad a mi me gusta tomar café en cualquier ocasión- respondí sonriendo
-Y bueno, un cafecito nunca bien mal- sonrió
-Claro y para los fumadores sin falta acompañado de un cigarro- respondí sonriendo yendo a buscar uno al living y regresando al momento
-Ese vicio, ese vicio...
-No me regañes Doris- conteste bromeando
-No, no, claro que no...¿Y tu como estas joven?, ¿como va tu vida?
-Bien, tranquilo, escribiendo, durmiendo...bien, bien- respondí dejando notar en mis palabras un manto de oscuridad
-Bueno, me alegro, me alegro- respondió no muy convencida de mis palabras
-Se hace lo que se puede supongo- comente suspirando perdiendo por un momento la vista sobre el suelo
-Y la vida es cosa de cada día, depende de uno construirla, porque nadie más lo va hacer por nosotros
-Claro que no, creo que uno forma sus caminos, toma sus decisiones, más allá de cualquier consejo o palabra de aliento es uno quien sale adelante y busca en las pequeñas cosas la belleza de lo simple
-Por supuesto joven, yo te lo digo por experiencia, uno aprende mucho con la vida, supongo que todos evolucionamos y vamos formando un aprendizaje intimo con el cual como podemos, o como las otras personas nos dejen, ayudamos o aconsejamos, no digo que un consejo pueda arreglarte la vida, pero un consejo de una persona ajena a nuestra conciencia, con otra concepción u otra experiencia de vida puede regalarte una mirada, un punto de vista que talvez nunca antes habías sabido apreciar
-¿Sabe?, no lo había visto de esa manera
-Sólo es mi modo de mirar la vida
-Se lo agradezco en verdad...pero, bueno veo que ha terminado su café y el sol se esta escondiendo
-Y...
-¡Es hora!- respondí sonriéndome
-Oh, si señorito ya mismo, vamos a hacerlo rápido para que no se me desmaye- comento bromeando
Terminando de beber su taza de café y apoyándola sobre el plato cuando yo aún no terminaba la mía, se acerco su silla a la mía tomando su bolso que había dejado colgado en el respaldo de la silla donde permanecía sentada y posándolo en la mesa abrió su cierre y comenzó a sacar sus utencillos. Se aproximan días muy fríos para esta semana- dijo abriendo el envoltorio de una jeringa, como tratando de disuadir el momento.
-¿Si?- respondí tratando de distraerme.
-Si, hoy escuche en el noticiero que se aproximan días muy fríos, como despedida del otoño y bienvenida al invierno.
-Y bueno ya estamos en época de frío, a pesar de que en este lugar el año entero en si es frío
-¡Ay, pero los inviernos aquí son terribles!- respondió estirando por un segundo una pequeña manguera que amarro al rededor de mi brazo derecho, que yo ya acostumbrado la manga de mi bata hasta arriba arremangada tenia
-Y bueno supongo que son gustos, a mi me encanta el invierno, es un ambiente tan surrealista- hablaba mientras ella clavaba la aguja en mis venas. ¡Ay! -susurré-
-Tranquilo, abre y cierra la mano una y otra vez para que la sangre bombee y fluya, así, así bien- decía en voz acallada. ¡Y si, claro que son gustos, a mí por ejemplo me gusta el verano porque la temperatura no es sofocadora como las provincias del norte de donde vengo! -continuó elevando su voz como tratando de sacar mi mente de ese esquema.
-¡Oh, el norte es muy lindo, he ido hace mucho tiempo a vacacionar, recorriendo distintos sitios!, Muy lindo si, pero no tengo pensado regresar, ¡el calor es insoportable!
-Si, es muy pesado el clima y este lugar, más allá del clima demás esta decir que el paisaje es impecable
-Si claro que si, esto es impagable, en los días en que hay sol, los rayos comienzan en el amanecer a colarse entre las hojas y ramas formando como un rompecabezas de reflejos luminosos sobre la tierra, acompañados de los sonidos de la naturaleza, cantares de aves, el soplido de la brisa que cruza rozando el lago como extrayéndole su frescura y trayéndola hasta mi ventana...¡Y los días nublados!, esos días que apartan al sol tornando el día gris ¡el cielo gris!, como formando un manto de intimidad en un bosque lleno de secretos, donde todas las personas conocidas en los alrededores tienen la oportunidad de reencontrarse con su interior y desquitarse de los compromisos sumisos que implica estar inserto en una sociedad, para llenarse de esa sensibilidad y melancolía que une el espíritu con los sentimientos profundos escondidos en el corazón, purificándonos...creo que es por eso que me he apartado de la gran ciudad, no hay persona más profunda que la que profunda en nuestro ser se encuentra
Terminando de hablar y levantando mi mirada de los tablones del suelo, donde sin darme cuenta se había posado soltando en palabras pensamientos del alma, mire a Doris ya para entonces asegurando con una cinta autoadhesiva la mediana bolsa donde mi sangre guardaba y antes de poder decir algo, guardando sus cosas en el bolso expresó:
-Es muy bello lo que acabas de decir, este lugar es un secreto, donde las personas al hablar conocemos, pero donde nunca conocer del todo podemos, porque su soledad entierra secretos entre los árboles del bosque
-Oh Doris, ni redactando hubiera podido expresarlo mejor...¡Talvez te robe eso eh!- dije riendo
-Bueno jovencito, está haciéndoseme tarde, iré a tomar el colectivo antes de que anochezca- respondió sonriendo
-Pero Doris, la llevo, ¿que problema hay?
-No joven Vincent, se lo agradezco, pero son poquitas cuadras a la carretera y pasan muchos colectivos aún
-¿Esta segura que no quiere que la acerque hasta su casa?, ¡mire que no es ninguna molestia eh!
-Se lo agradezco mucho señor, pero preferiría caminar, ha parado de lloviznar y esta fresquito para caminar un poco
-Bueno Doris, muchas gracias por su visita- dije poniéndome de pie como siguiendo a la señora que ya estaba parada
-No joven, soy yo quien debe de agradecerle todo lo que usted hace- dijo acercándoseme y posando la suave piel arrugada de su mano sobre mi muñeca. Jamás podré olvidar lo que usted hace por mi, porque bien sabe que la sangre que usted dona al banco de sangre, es un granito de arena para la vida de mi nietecita, ya que mucha sangre es la que pierde en cada operación -continuó empañando de angustia su mirada y esbozando una sonrisa como forzada, para no despedirse de mi dejándome la sensación de tristeza
-Usted sabe que lo hago con gusto señora- conteste sonriéndole como tratando de calmarla
-Si, jovencito, lo se, lo se y Dios sabe cuanto se lo agradezco
-Cuente conmigo siempre Doris
-Gracias joven, gracias. Bueno debo marcharme ya, hasta la próxima semana señor Vincent
-Hasta la próxima semana señora Doris...
Asomando medio cuerpo por la puerta podía observar a Doris alejándose de mi hogar por el camino de tierra, perdiéndose entre los árboles, por lo que mirando hacia el cielo que ya empezaba a oscurecer, me metí hacia adentro sin posar un sólo pie fuera de la casa en todo el día. Volteándome me acerque hasta la mesa redonda del living, tomando un cigarro negro y encendiéndolo mientras contemplaba el fuego, ya para entonces apagándose, por lo que me acerque junto a la chimenea, tome los últimos trozos de troncos y los arroje al fuego seguido de un chorro de alcohol para reavivar las llamas. Me hubiera recostado en el sofá posando un cenicero en mi pecho, fumando mi cigarrillo y contemplando el fuego, no había cosa que disfrutara más que encender la chimenea y recostarme en el sofá con el cenicero sobre mi pecho, fumando un cigarro y contemplando el esplendor del fuego, pero eso era lo que hacia todas las mañanas y para esas horas ya estaba anocheciendo y mi taza de café estaba enfriándose. Volví hacia la mesa y me senté junto a ella a terminar de beber mi café y compartiendo el impenetrable silencio, me sumía en miradas inmóviles y pensamientos apocados. Apoyando la taza vacía en el plato, me arremangue mi bata frotando la palma de mi mano sobre el pinchazo en mi brazo, pero enrojecido no se encontraba, ni siquiera podía divisar la ínfima herida de la jeringa y es que no era ese el brazo donde Doris había extraído mi sangre, era mi brazo izquierdo el que ardía tanto como el derecho, en donde me habían pinchado y hasta llegue a situarme mentalmente en la ultima media hora, para confirmar cual había sido el brazo del que me habían sacado mi donación. Tenía la molesta sensación de que mis brazos ardían incluso antes de llegada Doris a mi hogar, más precisamente desde el momento en que los golpes en la puerta de entrada me despertaron, pero no podía recordar si así había sucedido, porque en esos instantes apenas despertaba y los reflejos con el sueño se hacen débiles, no dejando cimientos firmes para detalles que en el momento no habían sido atendidos, pero como algo sin importancia a un lado deje, ya que tal delirio no guardaba ningún sentido.
Cubriéndome de oscuridad ya instaurada la noche, con el fuego de la chimenea como única iluminación en el amplio y contiguo ambiente hasta la cocina, me levante de mi asiento, interrumpiendo al silencio con el rechinar de las maderas del piso de parqué, tomando de la mesa ratona del living un cigarrillo y una vez encendido caminando hacia mi cuarto. Al pasar por la ventana de mi cocina el paisaje era casi escalofriante porque paisaje no había, todo era remota y sórdida oscuridad, por lo que un escalofrió talvez por miedo a una soledad donde en las sombras podía no encontrarse precisamente la soledad, como un miedo aterrorizante alimentándose de las supersticiones, me detuve un segundo y arrebatado revolví torpe y aceleradamente en la lacena hasta encontrar una vela que encendí al momento, como buscando en esa pequeña luminosidad en medio de una boca de lobo, una compañía para disipar los temores que nacían al esconderse el sol.
Con la vela en mi mano, busque encontrando al instante un viejo candelabro para colocar la vela y sin ganas de comer para entonces, comencé a caminar hacia mi cuarto a donde me dirigía antes de mi mirada distraerse sobre la nada. Entre por el pasillo, que muy lejos de guardar la blanquecina luz de los amaneceres, estaba totalmente negro y callado, la luz de mi vela resplandecía a cada paso sobre el empapelado de arabescos bordo y supongo debe de haber alumbrado mi rostro sumido en la vergüenza propia de sentir miedo siendo ya un joven mayor. Con mi mano izquierda tanteaba la pared, para encontrar la entrada a mi habitación, hasta sentir en mi mano el suave algarrobo del marco de la puerta de mi alcoba, lo cual me permitió fluir un sutil suspiro de alivio como habiendo encontrado mi guarida donde se encontraba el sentimiento de que nadie ni nada pudiera entrar y dando un paso a su interior, mi alma se enfrió, enfriando mi pecho, helando mi calma y haciendo temblar mi corazón, cuando un recuerdo auditivo se metió por mis oídos tencionando cada uno de mis nervios, al escuchar ya así como una nota musical de memoria estudiada el ruido del lapicero que sobre mi escritorio se encontraba, cayendo sobre el mismo expulsando los lápices sobre el papel y la madera, por lo que en un movimiento brusco acerque mi brazo con la vela en alto percibiendo una pequeña sombra que me atemorizo más que cualquier superstición y ya cuando nada sabia que hacer, ni como reaccionar, en un basto quejido estridente el cuerpo de esa sombra, porque viviente era por su capacidad de movilidad, salto hacia mi cara, haciéndome caer al suelo y arañándome el rostro antes de dar un salto sobre mi cama y salir por mi ventana de la habitación. No pude evitar gritar desconsolado y asustado humedeciendo mis pestañas de lo que aspiraban a ser angustiosas lágrimas por el miedo, pero lo que pude evitar es prender fuego mi casa ya que por un momento la vela sobre la alfombra apoye y apague de una palmada y lo que pude ver fue que de mi habitación por mi ventana lo que había escapado era un grisáceo gato. No recordaba haber dejado abierta mi ventana, era seguro que había asegurado la traba, pero al levantarme del suelo, candelabro en mano, me arrodille sobre mi cama observando que estaba partida a lo que echando un vistazo tratando de expandir inútilmente mi visión con la luz de la vela, contemple la intima oscuridad de los afueras por ultima vez y regresándome adentro apoye por unos segundos el candelabro sobre el borde de los pies de la cama y cerré la ventana, seguido de un repentino cierre de cortinas casi mostrando en tan hosco movimiento un rostro de perturbación. Agarrando con firmeza el candelabro, me dirigí hacia mi escritorio dejando la vela junto a un velador sin uso y muy nervioso, con las manos temblorosas busque la cigarrera de plata
entre hojas, biromes y bocetos para portadas buscando en las pitadas a mi cigarro un momento de calma en tan desesperante momento. Por último apoye la palma de mi mano izquierda sobre mi quijada y mi mirada fue robada tras el escritorio, inmersa y fría como en un océano de crímenes perfectos donde nunca nadie sabría o se enteraría de nada en lo absoluto, porque simplemente en medio de la inmensidad de la nada sentía encontrarme, solo con mi mente, solo con la integridad de mi conciencia y mis pensamientos más obsoletos. Me sentía realmente preocupado. Un gato de hogar ¿un gato hogareño en medio del bosque? -pensé garabateando el margen de una hoja-. Debe de haberse perdido, debe ser de alguien que lo ha perdido -susurré trazando una raya en la hoja hasta el centro de la misma-. Prendiendo un cigarrillo, de mi asiento escape por unos pocos segundos al buscar del armario escondida entre cajas de ropa como escondiendo un problema, una botella de ginebra y un vaso de cristal, con los que regresé al escritorio sirviéndome un trago que hacia sentirme otra vez un ser humano. Miré mi reloj de pared y era la medianoche, con mi birome en garabatos intente escribir una líneas y tras un vaso de ginebra me hundí en el cansancio. Estaba realmente muy cansado. Una sombra impertinente, sin dejarse ver se cruzaba por el pasillo mezclándose en la oscuridad del mismo, observándome tras la entrada de mi habitación y su respiración era agitada y hacia enfriar el ambiente y su volumen subía siendo más agravado y estridente, desesperando todo, gritando: ¡Podrás correr y tratar de entenderlo todo, pero el crimen es silencioso, es un secreto el desaparecer! El miedo no puede quitarse de tus ojos, cuando tus ojos ya no te pertenecen, sino que pertenecen al miedo, porque dejas de ser una persona con miedo y pasas a ser una persona parte de el.
Sobresaltado desperté tencionado y pasando mis manos por el cabello hacia atrás, mi frente emanaba un sudor cálido. Me había dormido exactamente dos minutos, por lo que miré en mi reloj y me había levantado de mi asiento hasta caer sentado a la cama, donde mi vista no se movía de la entrada de la alcoba. El silencio era muy cruel, me sentía morir en cada sonido que el segundero del reloj hacia, escuchaba el viento tras de mí moviendo los árboles y corriendo por la tierra, sin dejarme percibir si afuera o adentro de mí hogar había pasos de un merodeador nocturno, corriendo alrededor de las ventanas. De repente todo se callo. El viento pareció colarse entre las ramas emigrando hacia otro bosque, abandonando los árboles entre los que la noche se paseaba. Mi propio corazón parecía haberse detenido, porque no sentía sus latidos, pero sabía que continuaba vivo por los escalofríos que recorrían cada centímetro de mi cuerpo. Con mucho cuidado de no llamar la atención de algún indebido visitante, me levanté de la cama sin quitar mi vista de la entrada y caminando con suma precaución, apretando mis dientes por cada paso que en el piso de parqué bajo la alfombra rechinaba, me iba acercando hacia mi escritorio, sin quitar la vista de la entrada de mi habitación. En el cajón del escritorio, entre viejos manuscritos abandonados, se encontraba un revolver calibre 32, el mismo revolver que mi padre había guardado por años en el cajón de su mesita de luz, con el que nunca había matado a nadie más que a mi madre y a su propia vida. Junto a su fortuna, ese revolver me heredó. Lo tomé y confirme que estaba cargado y apuntando hacia fuera de mi cuarto, sin decir una sola palabra para advertir, ya que creía que toda persona que entrara a mi hogar sin mi permiso, cuando mi hogar era mi silenciosa intimidad, siendo mi intimidad lo único que tenia, no merecía vivir, así que sin más disparé. No pasó un minuto para que tomara el candelabro con mi mano izquierda y saliendo del cuarto notara para mi tranquilidad, que nadie se encontraba ahí afuera, pero la casa era suficientemente grande creando decenas de escondites. Eso me intranquilizó haciéndome volver dentro de mi alcoba, pero nadie que se tomará el derecho de entrar a mi hogar sin mi permiso tenia el derecho de asustar mi noche, ni de permanecer con vida. Saliendo del cuarto me afirmé en el piso de parqué que cubría todas y cada una de las habitaciones de mi hogar, a excepción del baño y la cocina, que tenían pisos azulejados y de mi habitación que se encontraba recubierta de una aterciopelada alfombra azul. Por el pasillo me dirigía al lado izquierdo, pasando junto a la estufa de metal amurada a un costado de la pared, debajo de un muy mal ubicado cuadro de Dalí. Fui hasta el baño e inspeccionando con mi mirada guiada por la luz de la vela, nadie ahí se encontraba. Por el pasillo por donde me había dirigido hace instantes, era por el que regresaba en dirección a la cocina al otro lado de mi hogar. Me afirmaba sobre el piso de parqué que cubría todas y cada una de las habitaciones, a excepción de tres de ellas y al lado izquierdo me dirigía, pasando junto a la estufa amurada a un costado de la pared, debajo de un muy mal ubicado cuadro de Dalí, pasaba por la puerta de mi habitación la cual tenía una aterciopelada alfombra azul que la diferencia casi de la totalidad de las demás habitaciones y en el trayecto al final del pasillo, muy lejos de guardar en ella la blanquecina claridad que en las mañanas se instauraba, entrando por las ventanas de la cocina y reflejando sobre el empapelado de arabescos bordo que cubrían el largo del pasillo, todo era una oscuridad casi sintiéndose espesa, atrapante y peligrosa. Pero algo me detuvo, algo me hizo volver de inmediato. Ni siquiera lo había notado, pero el cuadro estaba torcido. Lo enderecé y volví a mi trayecto hacia la cocina, pero con una molestia sensación al no poder recordar si el cuadro estaba ya torcido cuando me dirigí al baño, o si torcido ahora estaba al dirigirme del baño al comedor. Entrando a la cocina, con movimientos bruscos como intentando sorprender a alguien que ahí podría estar, deje el candelabro sobre la mesa y me senté junto a ella a fumar un cigarrillo ya que ahí nadie se encontraba. No pasaría mucho tiempo para que cayera rendido a la cama mirando el añejo reloj, que junto a la puerta de mi acogedora alcoba se encontraba.
Mi cuerpo estaba helado como un cadáver, frío como si de agua me hubieran empapado y la claridad gris de una mañana gris cubría mi cuerpo entrando por mi ventana abierta de par en par. Aún me encontraba dormido, pero mis ojos estaban entreabiertos y mi movilidad completamente nula, observando aterrorizado a alguien sobre mí, que de una misteriosa sombra se bañaba sin dejarme observarla y yo quería gritar, quería llorar, pero no podía hacerlo, mi miedo no podía expresar a pesar de que tan presente en mí estaba. No puedes escapar de tus propios tormentos y tu merecida suerte, porque la suerte no ha de ser buena, cuando en tu alma por años se ha cosechado la miseria de sentimientos reprimidos, que no derramaron una lágrima por sus progenitores fallecidos, puedes escapar más lejos que lo que tu mente ha llegado, pero tu alma nunca escapará con el tiempo, porque no reconoce cronologías -me susurraba aquel manto de sombras que helaban mi sangre. De repente todo se enmudeció y casi al segundo el viento comenzó a soplar desconsolado, furioso, entrando a mi habitación con violencia y por los aires haciendo volar las hojas de mi escritorio, los papeles del cesto abollados, danzando entre mis pertenencias en el ambiente sombrío y nebuloso que mis ojos tristes observaban. Aquel extraño habitante, alejándose de mi cama, se situó en la entrada de mi alcoba y como echando un último vistazo a mi cuarto, por el pasillo hacia el comedor de mi visión escapó. Con los ojos aún entreabiertos, terminé por abrirlos por completo como despertando de un sueño intermedio entre el soñar y la vida real. Mi ventana estaba cerrada y mis hojas desparramadas como costumbre sobre mi escritorio, pero mi cuerpo aunque tapado con frazadas estaba helado y la puerta de mi habitación cerrada, cuando siempre ésta abierta yo dejaba. Temblando de miedo en mi cama me senté, quedándome totalmente inmóvil como rememorando hechos. No sabía si lo que acababa de vivir había sido un sueño, pero si sabía que un sueño había tenido con mi querida madre:
Ella se encontraba en la cocina de nuestro antiguo hogar, de nuestro único hogar de familia, papá estaba trabajando y ella sentada en la mesa del comedor con un martillo destrozaba su alcancía de cerdo, con una fuerza que no reconocía en ella. Yo la observaba desde el sofá fumando un cigarrillo, mientras ella contaba su dinero. Somos ricos -susurraba-. Somos adinerados. Contaba los billetes verdes de una forma extrañable, como olfateándolos, degustándolos antes de meterlos en una billetera a punto de reventar. Hijo, ¿hace cuanto estas ahí? -dijo mirándome-. Aquí he estado todo el tiempo mamá. ¿Sabes que somos ricos? Si. ¿Sabes que papá nos matara? -continuó-Papá nos quiere y nos da dinero –respondí-. Papá nos quiere y nos destrozara a tiros y eso es tan triste cuando eres rico. Papá es bueno y nos da dinero. Papá nos quiere y nos destrozara a tiros.
Mis ojos se empañaron, derramando unas cinco lágrimas ante tal sueño desolador y al instante me levanté caminando unos cuatro pasos hasta los pies de la cama, donde sobre una silla tenia la ropa que más usaba. Unos pantalones de corderoi, una remera manga larga negra y una campera de cuero marrón era mi atuendo predilecto. En la cama me senté nuevamente, calzándome unas botas tejanas de cuero negro, sintiéndome realmente triste, mi corazón parecía retumbar palabras de miseria. Me sentía muy sensible y ajustando mi cinturón negro de hebilla de plata, me acerque hasta el escritorio con las manos temblorosas buscando la cigarrera de plata entre hojas, biromes y bocetos para portadas, buscando inútilmente en las pitadas a mi cigarro, un momento de calma en tan angustiante momento, ya que me encontraba muy nervioso por el miedo a una visita indeseada fuera de mi habitación. No quitaba mi mirada de la puerta cerrada de mi habitación en ningún momento. En el cajón del escritorio, entre viejos manuscritos abandonados, se encontraba un revolver calibre 32, el mismo revolver que mi padre había guardado por años en el cajón de su mesita de luz, con el que nunca había matado a nadie más que a mi madre y a su propia vida. Confirmé que estaba cargado y apuntando comencé a caminar hacia fuera de mi cuarto, sin decir una sola palabra de advertencia, ya que creía que toda persona que entrara a mi hogar sin mi permiso, cuando mi hogar era mi silenciosa intimidad, siendo mi intimidad lo único que tenia, no merecía vivir, así que tome la manija de mi puerta y girándola y tirando hacia mí manteniendo el revolver apuntando, sin más disparé. Habiendo dejado en unos momentos atrás mi sensibilidad, en ese instante me sentía invadido y furioso, así que a toda prisa salí de mi habitación, afirmándome en el piso de parqué y caminando con pisadas pesadas que hacían crujir el suelo, me dirigí al costado izquierdo por el pasillo, pasando junto a una estufa bajo un muy mal ubicado cuadro de Dalí y de un empujón abrí la puerta del baño, registrando como un cazador sediento de muerte que ahí nadie se encontraba, por lo que apurado salí del baño afirmándome en el piso de parqué y caminando veloz por el pasillo al lado izquierdo, pasé junto a la estufa de metal bajo un muy mal ubicado cuadro de Dalí, pasé por la puerta de mi habitación la cual tenia una aterciopelada alfombra azul que la diferenciaba casi de la totalidad de todo el hogar, echando un vistazo dentro del cuarto como en un segundo registro y continué hasta la cocina, como sintiendo el hedor de una visita a la que no merecía estar con vida. La claridad gris de esa mañana gris, ya reflejaba sobre el empapelado de arabescos bordo que cubrían el largo del pasillo y entrando a la cocina como en un pico de furia, comencé a disparar, contra la lacena, sobre la mesa de algarrobo, sobre la ventana y por ultimo sobre la cigarrera que se encontraba en la mesa ratona del living. Nadie ahí se encontraba y respirando agitado como hubiendo usado todas mis energías, me quedé parado junto al sofá, frustrado y demasiado cansado, pero no de sueño si no de la tristeza que en los días grises recurría a mí. Me acerqué en unos pasos a la mesa ratona y arrojando al piso los cigarros despedazados por el balazo, unos de milagro quedaron sanos, siendo así los que me acompañarían durante un largo rato, fumándolos sentado en el sofá con mi mirada hecha hielo sobre las patas de la mesa, que nada guardaban en ellas más que un punto fijo donde reposar los pensamientos. Mis ojos parpadearon, mi cabeza hizo un "clic" al no escuchar ya más el constante chasquido de los troncos crujiendo entre las llamas de la chimenea. Miré hacia ella y el fuego estaba consumiéndose y ya no quedaba más leña. No con mucho ánimo, me levanté del sofá y tomando la mitad de un cigarrillo junto a la mesa ratona, lo encendí y me dirigí a la puerta de entrada, abriéndola y frunciendo mi rostro, encandilado ante tanta claridad. La niebla era fría y no tenía visión más allá de diez metros. La tierra estaba húmeda y fangosa y caminando a un costado de la casa mordiendo mi cigarrillo con los dientes, tomando del mango y dando un fuerte tiron, quité clavada de un tronco junto a la leña aparcada, el hacha, cuando tras de mi sobre un árbol, un ave que no podría decir cual fue, contraccionando sus pulmones emitió un canto asemejado a un quejido irritante y lleno de fuerza, que hizo casi darme un salto del susto. Al instante me volteé nuevamente para continuar con lo que me disponía a hacer. Dejando el hacha a un costado, tomé un tronco que apoye a unos metros de ahí y agarrando el hacha con ambas manos en posición de golpe, como si una resucitación fuera a hacer, con todas mis fuerzas hacheé el tronco partiéndolo en cuatro pedazos. Tirando mi cigarro, tome otro tronco que apoye a unos metros de ahí y agarrando el hacha con ambas manos en posición de golpe, como si una resucitación fuera a hacer, con todas mis fuerzas hacheé el tronco partiéndolo en tres pedazos. Ya por los próximos dos días eso alcanzaría. Acercándome a la pila de leña y con el hacha en alto sobre mí, con gran fuerza me inicié a infringir un golpe seco sobre un tronco para dejarla ahí clavada, cuando a mitad de camino, de un movimiento precipitado, dirigí mi golpe hacia un costado golpeando y haciendo saltar pedazos de tierra, al escuchar tras de mí las pisadas apuradas de alguien entre la niebla. Giré apresurado, pero nadie ahí se veía, tan sólo la niebla encerrando esa tramo de bosque, como no dejando salida segura a ninguna parte, más que al interior del hogar donde podía ser un buen escondite o el lugar perfecto para un crimen. De inmediato, a un costado mi visión lateral pareció ver cruzar a alguien entre los árboles que poco a poco parecían amedentrarse más en la niebla, pero el miedo mismo podría haber creado aquella visión, pero el sonido seco de los pasos corriendo aún daban picazón a mis oídos. Sin más dejé el hacha a un costado y tomando los trozos de tronco cortados como cargando un bebé, entre a mi hogar cerrando la puerta tras de mí. Junto a la cómoda dejé apilada la leña a excepción de dos trozos que arrojé a la chimenea, luego rocié con alcohol y tomando un pedazo de cigarrillo junto a la mesa ratona, lo encendí con un cerillo, volviéndome hacia la chimenea donde lo tiré iniciando las cálidas llamas. Sin permanecer mucho más parado junto a las llamas, donde mi razonamiento parecía quemarse en el fuego ante tal extrañes rondando mi vida, me preparé un café en la cocina, cargando con la taza humeante hasta el escritorio de mi habitación, junto al que me senté luego de cruzar el extenso pasillo de paredes forradas de arabescos bordo y entrar en aquella habitación de alfombra azul aterciopelada, donde se guardaban muchas horas de mi vida. Mirando tras la ventana, la niebla parecía cada vez acaparar más la región dejándola inexistente a simple vista. Al segundo volví mis ojos al papel, bebí un sorbo de café y tome mi lapicera escribiendo lo primero que se me vino a la mente: "Cuando las nieblas han de taparte dejas de existir, porque permaneciendo con vida, a los ojos de los demás ya no existes". Esto no servirá, ¿en que estoy pensando? -susurré para mi mismo abollando la hoja y arrojándola al cesto, seguido de un sorbo de café y el repique pensativo de mi lapicera sobre el papel. Mi mente estaba dispersa, porque mi vista se perdía por la ventana a cada minuto, como buscando algo que no buscaba, pero que parecía buscarme a mi. Al momento volví mi vista a la ventana y la niebla parecía haber llegado ya hasta un metro de los cristales, como tragándose el mundo y al momento de regresar mi vista al papel, como si observándolo fuera a nacer una idea, en el punto intermedio entre observar por la ventana y volver mi vista hacia mi hoja, alguien pasó por mi ventana, pero esta vez no me había parecido ver a alguien, realmente alguien había aparecido. Mi respiración fue absorbida como una esponja por mis pulmones, dejándome la garganta seca y el pecho vacío, expectante, expectante. Sin pensarlo un segundo, abrí el cajón de mi escritorio, donde entre viejos manuscritos abandonados, se encontraba un revolver calibre 32, el mismo revolver que mi padre había guardado por años en el cajón de su mesita de luz, con el que nunca había matado a nadie más que a mi madre y a su propia vida. Confirmé que estaba cargada y parándome de mi asiento, con mucho cuidado de no hacer ruido, traté de escuchar sonidos, pistas y para mi desgracia sonidos se escuchaban, ruidos de pisadas y la tos de alguien como en un eco proviniendo de la parte delantera de mi casa. Apresurado salí de mi habitación, afirmándome en el piso de parqué y dirigiéndome hacia el lado derecho, atravesando el extenso pasillo, donde al final del mismo el reflejo de aquella tarde gris reflejaba sobre el empapelado de arabescos bordo. Entré a la cocina y apunte mi arma hacia la puerta de entrada, pero invadido por el miedo, me acerqué hasta la ventana para echar un vistazo a través de las viejas y transparentes cortinas, recordando que era viernes. Todos los viernes por la tarde Doris venía a mi hogar. Apresurado me quité la campera de cuero que dejé en el respaldo de la silla y guardé el revolver de mi padre en mi cintura, cubriéndolo con mi remera, antes de recibirla. Buenas tardes señora Doris -dije abriendo la puerta, simulando mi mejor sonrisa. Buenos días Joven Vincent ¿como se encuentra el día de hoy? -contesto entrando a mi hogar, observándome con el rostro empapado de extrañes. ¿Se encuentra bien señorito Vincent? -continuó mientras yo cerraba la puerta-. ¡No, la verdad no estoy bien señora Doris! -exclamé rompiendo en un llanto estridente y cayendo entre los brazos de Doris, que como una madre me daba su contención-. ¡Ay señorito, respire profundo, respire profundo y cuénteme lo que sucede! -dijo con su voz tierna y suave como la ceda-. ¡No es lo que sucede ahora señora Doris, es lo que viene sucediendo desde hace años! -vociferé sumido en la angustia, sin soltarme de aquella buena señora-. Siéntese joven, siéntese que le sirvo un vaso de agua- contesto la señora Doris, dejando su bolso sobre su asiento y yendo a la mesada tomando un vaso de vidrio que ahí se encontraba y cargándolo de agua abriendo la canilla de la pileta. Mientras el vaso se llenaba, pudo notar un impacto de bala sobre la lacena y sin antes haberlo notado al llegar, una brisa entró por la ventana de la cocina, levantando la cortina y haciéndole correr en ella un escalofrió por todo su cuerpo, al ver un segundo impacto de bala sobre el marco de la ventana que había partido el cristal. El vaso de agua estaba rebalsando ya sobre su mano y con una atenuante y asustada voz casi tartamudeando expresó:
-¡Señorito Vincent ¿Que es lo que ha sucedido?, ¿que son estos impactos de bala?!
-No quería que usted viera esto, realmente no quería que las cosas resultaran así, pero supongo que nadie ha de tener consideración en los tiempos violentos...- respondí con la voz quebrada y derramando lágrimas aún
-No lo entiendo señorito- respondió Doris aún de espaldas volteándose hacia mi y quedándose sin aliento, aterrorizada, al observarme encorvado en mi asiento con un revolver en mi mano izquierda, apoyado sobre la mesa. ¡¿Que hace con ese revolver señorito?, ¿de quien es?! -continuó con la voz vibrante
-Ésta es el arma del crimen y es tan triste cuando las historias ya están escritas y uno no puede simplemente borrarlas...-respondí, mientras la señora Doris asustada daba unos pasos hacia atrás en dirección a la puerta de entrada
-Señorito Vincent, se lo ve muy mal, por favor deje el arma señor, no se cual sea su problema señorito, pero por favor entrégueme su arma, vamos a tomarnos un cafecito y hablar tranquilos de lo que le esta sucediendo en este momento de su vida ¿si?
-Eso me gustaría mucho señora Doris- expresé
-Muy bien joven entonces vamos a...
-Vivimos de las apariencias, lo cual no es sinónimo de bienestar, pero si sinónimo de supervivencia, porque cuando dejamos de aparentar, morimos- interrumpí afligido en un corredero de lágrimas
-Jovencito, no este triste, vamos a hablar, las cosas no son tan terribles, siempre se encuentra un rayito de luz en el que encontramos vida
-Pero en mí siempre estará arraigado en lo profundo, el odio hacia los finales, porque odio los finales, incluso los de la vida misma
-Es que no tiene porque haber un final señorito...vamos a hacer una cosa, sentémoslos a tomar una taza de café y hablemos, verá que no todo es tan terrible, sirve mucho descargarse y no guardar dentro nuestro lo que nos hace mal- dijo tratando de apaciguar la situación y calmarme
-Pero ya es demasiado tarde cuando se ha llegado a la última hoja y en el pie de página dice 'El Fin'- conteste angustiado, dejando correr un tendal de lágrimas sin fin por mis mejillas, mojando mi quijada y goteando sobre mi camiseta
-¿De que fin esta hablando señorito?- preguntó llenándosele sus ojos de lágrimas
-El Fin de esta historia de días grises, donde en el final nunca existe la felicidad- conteste levantando mi cabeza y mirando de costado a la señora Doris, que lágrimas ya caían por su rostro y antes de que pudiera sollozar angustiada, apunte mi revolver y le disparé al corazón, ya que creía que toda persona que entrara a mi hogar sin mi permiso, cuando mi hogar era mi silenciosa intimidad, siendo mi intimidad lo único que tenia, no merecía vivir, así que sin más le disparé. Levantándome de mi asiento, me acerque a la mesa ratona del living, tomando un mitad de cigarrillo destruido por el balazo, lo encendí y me recosté por unos momentos en el sofá. No había cosa que disfrutara más que recostarme en el sofá con el cenicero posado en mi pecho, fumando un cigarro y contemplando el esplendor del fuego y eso es lo que hacia todas las mañanas, pero para entonces ya estaba atardeciendo. Me levante del sofá y crucé por la cocina, pasando junto al cuerpo y a la mesa de algarrobo, entré por el pasillo en dirección a mi habitación, cruzando el extenso pasillo que estaba empapelado en su totalidad por un tapiz de arabescos bordo. Me sumí en mi habitación, la cual tenia una aterciopelada alfombra azul que la diferenciaba casi de la totalidad de las demás habitaciones, me dirigí hacia el escritorio, guardando el revolver en el cajón del mismo y con las manos temblorosas, busqué la cigarrera de plata entre hojas, biromes y bocetos para portadas, buscando en las pitadas a mi cigarro un momento de calma. Sentándome junto a mi escritorio, apoyé una mano en mi quijada como sosteniendo mi cabeza y perdí mi visión y atención entre los escritos desparramados sobre aquel viejo mueble:
"Miré a través de las transparencias de las cortinas de la cocina y recordé que era viernes. Era la señora Doris la que venia a mi hogar todos los viernes por la tarde. Pero la señora Doris no sonreía, simulaba, porque todos los días se habían convertido ahora en viernes, porque todos los días, desde hacia tres años, merodeaba por mi hogar a todas horas, llevando a su gato de acompañante, para sacarme sangre para su nieta, que había muerto una década atrás. En su trauma, al que ella llamaba 'Esperanza', guardaba la esperanza de ver otra vez a su nietita corretear por el living de su hogar, mientras ella la cuidaba cuando su madre trabajaba. Guardaba los litros de sangre en el refrigerador, esperando el llamado del hospital donde solía trabajar, diciendo que era el momento de utilizar la sangre para la operación que salvaría la vida de su nietita. La misma operación que se había realizado diez años atrás, habiendo fracasado y que su inconsciente había decidido ignorar. Entonces decidí matarla, ya que creía que toda persona que entrara a mi hogar sin mi permiso, cuando mi hogar era mi silenciosa intimidad, siendo mi intimidad lo único que tenia, no merecía vivir. El día viernes había llegado y era de tarde. No pasaría mucho tiempo para que le disparara a su corazón. Hacia años que había preparado este momento. La escondería bajo la aterciopelada alfombra azul de mi acogedora alcoba. La alfombra no estaba sellada al suelo, por lo que levantando mi cama desde los pies de la misma, quitaría la alfombra, descubriendo el suelo. Con cuidado sacaría uno a uno tres de los amplios tablones del piso de parqué y en el oscuro y húmedo agujero la recostaría, escondiéndola. Luego, colocaría con cuidado uno a uno los tablones y cubriría nuevamente el suelo con la aterciopelada alfombra azul, que diferenciaba a mi cuarto casi de la totalidad de las demás habitaciones. Sentándome en mi asiento recordaría, anotándolo en una hoja como recordatorio, que los secretos son tan secretos, a veces para nosotros mismos, que perdemos el conocimiento de lo que en algún momento conocíamos. Del cajón de mi escritorio, entre viejos manuscritos abandonados, tomaría un revolver calibre 32, el mismo revolver que mi padre había guardado por años en el cajón de su mesita de luz, con el que nunca había matado a nadie, más que a mi madre, a su propia vida y a la mía. Y es que es tan triste cuando las historias ya están escritas y uno no puede simplemente borrarlas, pero ya es demasiado tarde cuando se ha llegado a la última hoja y en el pie de página dice...”
'El Fin'
Rápidamente corría unos pocos pasos hasta el final de la cama, tomando una bata grisácea del respaldo de una silla donde dejaba las prendas que más usaba y me amarraba las cuerdas como buscando arroparme y sosegar el inminente frío. Ya estaba listo para salir de mi habitación. Casi estudiado recorrido, salía de la alcoba no sin antes calzarme las pantuflas, poniendo un pie fuera, afirmándome sobre el piso de parqué que cubría todas y cada una de las habitaciones de mi hogar, a excepción de mi habitación que se encontraba recubierta de una aterciopelada alfombra azul. Por el pasillo me dirigía al lado izquierdo, pasando junto a la estufa de metal amurada a un costado de la pared, debajo de un muy mal ubicado cuadro de Dalí, ya para entonces luego de años opacado por el hollín que generaba la estufa. Iba al baño, orinaba, lavaba mis dientes y situado frente al espejo, me rascaba el cuero cabelludo a modo de peinado, como una vieja costumbre acompañada de muecas que iban desde abrir la boca y sacar la lengua para mirar si estaba blanca por la acidez que regalaba el alcohol, como era normal, hasta frotar las palmas de mis manos sobre la barba primero y el rostro completo después, como buscando erradicar de inútil manera la fiaca. Por el pasillo por donde me había dirigido hacía instantes, era por el que regresaba en dirección a la cocina al otro lado de mi hogar. Me afirmaba sobre el piso de parqué que cubría todas y cada una de las habitaciones y al lado izquierdo me dirigía pasando junto a la estufa de metal amurada a un costado de la pared, debajo de un muy mal ubicado cuadro de Dalí, pasaba por la puerta de mi habitación la cual tenía una aterciopelada alfombra azul que la diferenciaba de las demás habitaciones y en el trayecto al final del pasillo se veía la blanquecina claridad ya para entonces instaurada en el cielo, que entraba por las ventanas de la cocina y reflejaba sobre el empapelado de arabescos bordo que cubrían el largo del pasillo. Pero algo me detuvo. No era un obstáculo en el camino, ni mucho menos una persona que raro sería encontrar en mi solitario hogar. Era el asombro, o bien podría ser llamada la extrañes. Al voltear hacia atrás, era la extrañes de creer no haber visto a la salida de mi habitación de donde la claridad emanaba una tenue iluminación al pasillo, unos rastros de tierra caliza que no llegaron a sofocarme, si no más bien ni siquiera llegaron a importarme. Tierra caliza nada más, mi casa está rodeada de árboles y tierra caliza nada más, mis botas siempre están sucias al sacar la basura en las noches sin más -pensé volteándome y continuando mí camino-. Entrando en la cocina, que recordando ahora junto con el baño, eran las otras dos habitaciones que se diferenciaban de la totalidad del hogar por sus pisos azulejados, tome un encendedor de la mesada y abriendo la llave de gas prendí una hornalla sobre la que pose la pava, disponiéndome así, mientras el agua que ésta poseía se calentaba, a buscar en la lacena un taper que contenía granos de café, los cuales vertí en un pocillo y comencé a machacarlos para hacerlos polvo. Podía mirar mientras tanto por la ventana, pero no podía evitar la tristeza del día gris. Afuera garuaba muy sutilmente, casi imperceptible, las tierras estaban húmedas y los árboles más verdes y entre las ramas, el lago y las montañas no podían observarse por los tupidos ombúes y eucaliptos. Así todo apreciaba esos días, era cuando los sentimientos se hacían más blandos y la angustia entumecía a flor de piel. Eran los días más humanos. El agua de la pava comenzaba a hervir haciendo sonar el roce metálico de su tapa y vertiendo la misma en el pocillo, le agregaba azúcar y lo revolvía hasta extraerle el aroma a romance. Con mi taza humeante alcanzando mi nariz, me sentaba en la mesa redonda de algarrobo que se centraba en la cocina dispuesto a beber mi café y compartiendo el irrevocable silencio, me sumía en miradas inverosímiles e inmóviles variando de a ratos con ojos inquietos buscando llegar más allá de lo que mis ojos llegaban. En mi pecho sentía un ligero vacío, que la cotidianidad intensificaba en cada día, pero ya era algo que formaba parte de lo normal en mi vida, por lo que al igual que una droga dura ya con el pasar del tiempo esa angustia no causaba en mí el mismo efecto que en sus comienzos. Dejando mi taza vacía sobre la mesa caminaba unos pocos pasos hacia el living arrojando a la chimenea unos trozos de tronco que rociaba de alcohol y volviéndome hacia la mesa ratona, tomaba un cerillo y un cigarro negro, el cual me encendía y conservando el fósforo ardiente me acercaba nuevamente a la chimenea tirandolo sobre las maderas que se prendían fuego en una llamarada. No había cosa que disfrutara más que encender la chimenea y recostarme sobre el sofá con el cenicero posado en mi pecho, fumando un cigarro y contemplando el esplendor del fuego y eso es lo que hacia en todas las mañanas. Era como un ritual para mí, a decir verdad mi vida se dividía en pequeños rituales que me daban tranquilidad. "Los secretos son tan secretos a veces para nosotros mismos que perdemos el conocimiento de lo que en algún momento conocíamos", es donde me había quedado en mis escritos, es junto a los que me encontraba sentado en el escritorio de mi recamara, releyendo las últimas líneas redactadas, luego de haberme levantado del sofá del living, haberme dirigido hacia la cocina pasando junto a la mesa de algarrobo que en ella se centraba y preparado otro café ya con el agua caliente aún de la que había calentado para preparar el primero, haber caminado por el extenso pasillo de paredes forradas con arabescos bordo hasta alcanzar la claridad que entraba por la ventana de mi acogedora alcoba y salía hasta el pasillo emanando una tenue luz, sobre donde me encontré parado sobre unos restos de tierra caliza y es que mis botas siempre se ensuciaban de la tierra caliza que rodeaba mi hogar cuando en las noches sacaba la basura, luego de haber entrado a mi recamara la cual tenia una aterciopelada alfombra azul que junto a los pisos azulejados del baño y la cocina se diferenciaba de todas las demás habitaciones y haberme sentado junto al escritorio de mi recamara, releyendo las últimas líneas redactadas que decían "Los secretos son tan secretos a veces para nosotros mismos que perdemos el conocimiento de lo que en algún momento conocíamos" y era donde me había quedado en mis escritos. "Las personas caminaron lo suficiente para sentirse cansados, pero se habían dado cuenta que no llegaban a ningún lado, más que al lugar de donde habían empezado porque de nada servia caminar hacia un lugar si caminando creían que a ningún lado iban a llegar" escribí luego de horas de meditación y silencios con cigarrillos en un cenicero apagados. La rutina de escritor y el labor del pensar era muy solitario y en líneas y frases quedaban en cada día todas mis fuerzas depositadas, como materializando en la tinta la energía del alma sin dejar en mi interior lo necesario para poder vivir. Levantándome de mi asiento con el cansancio gastado me acercaba hasta la puerta de mi habitación junto a la que dejaba mis pantuflas y caminando hacia la cama, caía boca abajo abatido a descansar y antes de mis ojos morirse al sueño, por el pasillo la sombra de alguien pareció pasar, pero ya era demasiado tarde para hacer algo o al menos corroborar lo que me pareció haber observado, estaba demasiado cansado y apto como para creer ver lo que talvez nunca ha sucedido. Sin más me quedaba dormido.
Las cinco de la tarde en punto marcaba el añejo reloj que colgaba en la pared junto a la puerta de mi acogedora alcoba. Con los ojos entreabiertos o más bien con uno de ellos ya que casi la totalidad de mi rostro se encontraba hundido en la fiaca de la almohada, eso es lo que pude ver, mientras que con el cuerpo débil en peso muerto como infringiendo presión sobre el colchón, parecía hundirme en el sin quererme levantar, pero algo me había despertado porque tenia esa sensación de haberme despertado por algo ajeno a mis necesidades de descansar, ya que me encontraba muy cansado y hubiera seguido durmiendo muchas horas más. Y justamente algo me había despertado, el eco de los golpes de la puerta principal de mi hogar se filtraban en la intimidad de mi casa rondando por el comedor, filtrándose al extenso pasillo como repicando sobre el piso de parqué y alcanzándome abatido a mis oídos en la almohada tratando de persuadir cualquier motivo que a la participación de mi persona en alguna situación involucrara. Quitándome de encima las cobijas y sentándome sobre las sábanas, el frío del ambiente se hacia notar en el vapor de mi respiración, pero aún con mi grisácea bata puesta incluso al dormirme, no sentía el frío, lo cual no quería decir que no sintiera su presencia y que me cruzara de brazos como buscando darme a mi mismo calor. Ya estaba listo para salir de mi habitación. Saliendo de la alcoba, no sin antes haberme puesto mis pantuflas, me afirmaba en el piso de parqué que cubría casi todas y cada una de las habitaciones a excepción del baño y la cocina que tenían pisos azulejados y de mi habitación que se encontraba recubierta de una aterciopelada alfombra azul y me dirigía al lado derecho, cruzando el largo pasillo donde al final del mismo se veía el reflejo de la luz blanquecina de la tarde que entraba por la ventana de la cocina y se proyectaba sobre el empapelado de arabescos bordo que cubría el largo del pasillo. Entrando a la cocina me dirigí hacia la ventana y a través de las blancas y viejas cortinas de transparencias pude ver a una persona, recordando al instante que era viernes. Era la señora Doris la que venia a mi hogar todos los viernes por la tarde. Ella era una enfermera voluntaria de sesenta años de edad que trabajaba en el hospital de la pequeña ciudad a cinco kilómetros de distancia de mi vivienda. Hacia ya tres años que nos habíamos conocido desde que yo luego de cobrar una sustentable herencia familiar vine a vivirme a esta lugar al sur de mi país. Ella un día simplemente toco a mi puerta. Todas las semanas venia a sacarme sangre que yo donaba para el banco de sangre de la ciudad, en el hospital en el que ella trabajaba. "Eres un muchacho muy bueno", siempre me decía. Ese día no tenia ganas de ver a nadie, incluso a nadie nunca veía, me gustaba la soledad de mi estilo de vida, pero ella era una persona a quien no podía no abrirle la puerta, era una señora muy amable a quien solía respetar. Así que fue cuestión de minutos para que la recibiera:
-Buenas tardes señora Doris- dije con una cálida sonrisa abriendo la puerta
-Muy buenas tardes joven, ¿como se encuentra el día de hoy?
-Bien, bien, muchas gracias ¿y usted como esta?- conteste como costumbre
-Muy bien señor Vincent, muy bien
-¿Que la ha traído por aquí?- esbocé riendo
-Oh, que gracioso señor...Pues ¡traigo mi valijita!- contesto risueña levantando el bolso con sus herramientas de trabajo
-Vamos, adelante, adelante- dije sonriendo
-Permiso señorito Vincent
-Adelante Doris, tome asiento- respondí señalando las sillas junto a la mesa de algarrobo. Por cierto ¿gusta de una taza de café? -continué-
-Si me gustaría, gracias- contesto sutilmente. Joven, no vaya a pensar que vengo únicamente por buenamente haberse ofrecido como donador, siempre es un placer visitarlo -prosiguió-
-Para mi es un placer su visita Doris, ¿cortadito como siempre?
-Si, por favor
-Y dígame, ¿que me cuenta?- pregunté mientras preparaba las cosas para dos tazas de café
-Y bueno, la verdad trabajando mucho, lo cual no siempre es bueno decir que hay más trabajo en el hospital, ya que en la mayoría de los casos es sinónimo de más gente enferma o con problemas de salud
-Si me imagino, debe de ser muy difícil eso
-Claro que si, claro que si, uno no siempre está preparado para ver ciertas cosas, hay gente que en verdad está mal y es por eso que tenemos que agradecer tener buena salud, eso es impagable...
-Absolutamente, absolutamente Doris... ¿y como anda su nieta?
-Y joven lamento decir que como siempre, el mes que viene la operaran de nuevo del corazoncito, eso me tiene muy preocupada, esta va a ser su cuarta operación y las cosas no mejoran
-No sabe cuanto lo siento Doris, en verdad, usted sabe que no creo en Dios, pero siempre pienso en su nieta y a mi manera pido por que todo salga bien
-Se lo agradezco joven, por suerte hay mucha gente que nos apoya a mi familia y a mi, esperemos que todo salga bien, es una nena que tiene mucho por delante...¡Ay mi nietita, pobre de ella, tan chiquita que es!- se quebró la pobre señora llevando las manos hacia su rostro como queriendo absorber sus lágrimas de dolor
-Doris, Doris, no se ponga mal por favor, ya vera, todo va a salir bien, todo va a salir bien Doris- conteste acercándome e inclinado sobre ella dándole una palmada de aliento
-¡Si, eso espero, eso espero joven!- respondió llorando desconsolada
-Si ya vera que si, ya vera que si, es una nena muy fuerte por todo lo que usted me ha contado, vera como saldrá adelante y todo esto quedara como un mal recuerdo, ya no se aflija Doris
-Gracias jovencito, eres un muchacho muy bueno, perdóneme por hacer esta escena, a veces no me puedo contener y yo no quiero molestarlo- dijo sollozando
-Ay Doris, ¿pero que dice? usted no me molesta en lo absoluto, entiendo el dolor que debe estar pasando y lo lamento, pero ya vera que todo ira mejor señora
-Gracias joven, gracias- contesto mientras yo volteándome me acerque a la mesada para terminar los cafés
-De nada, de nada señora, no hay nada que agradecer, nada. ¡Bueno, bueno, ya esta listo el café! -continué llevando las tazas a la mesa, seguido de la azucarera
-¡Que rico tomar café cuando hace este frío!- comento
-Si, aunque a decir verdad a mi me gusta tomar café en cualquier ocasión- respondí sonriendo
-Y bueno, un cafecito nunca bien mal- sonrió
-Claro y para los fumadores sin falta acompañado de un cigarro- respondí sonriendo yendo a buscar uno al living y regresando al momento
-Ese vicio, ese vicio...
-No me regañes Doris- conteste bromeando
-No, no, claro que no...¿Y tu como estas joven?, ¿como va tu vida?
-Bien, tranquilo, escribiendo, durmiendo...bien, bien- respondí dejando notar en mis palabras un manto de oscuridad
-Bueno, me alegro, me alegro- respondió no muy convencida de mis palabras
-Se hace lo que se puede supongo- comente suspirando perdiendo por un momento la vista sobre el suelo
-Y la vida es cosa de cada día, depende de uno construirla, porque nadie más lo va hacer por nosotros
-Claro que no, creo que uno forma sus caminos, toma sus decisiones, más allá de cualquier consejo o palabra de aliento es uno quien sale adelante y busca en las pequeñas cosas la belleza de lo simple
-Por supuesto joven, yo te lo digo por experiencia, uno aprende mucho con la vida, supongo que todos evolucionamos y vamos formando un aprendizaje intimo con el cual como podemos, o como las otras personas nos dejen, ayudamos o aconsejamos, no digo que un consejo pueda arreglarte la vida, pero un consejo de una persona ajena a nuestra conciencia, con otra concepción u otra experiencia de vida puede regalarte una mirada, un punto de vista que talvez nunca antes habías sabido apreciar
-¿Sabe?, no lo había visto de esa manera
-Sólo es mi modo de mirar la vida
-Se lo agradezco en verdad...pero, bueno veo que ha terminado su café y el sol se esta escondiendo
-Y...
-¡Es hora!- respondí sonriéndome
-Oh, si señorito ya mismo, vamos a hacerlo rápido para que no se me desmaye- comento bromeando
Terminando de beber su taza de café y apoyándola sobre el plato cuando yo aún no terminaba la mía, se acerco su silla a la mía tomando su bolso que había dejado colgado en el respaldo de la silla donde permanecía sentada y posándolo en la mesa abrió su cierre y comenzó a sacar sus utencillos. Se aproximan días muy fríos para esta semana- dijo abriendo el envoltorio de una jeringa, como tratando de disuadir el momento.
-¿Si?- respondí tratando de distraerme.
-Si, hoy escuche en el noticiero que se aproximan días muy fríos, como despedida del otoño y bienvenida al invierno.
-Y bueno ya estamos en época de frío, a pesar de que en este lugar el año entero en si es frío
-¡Ay, pero los inviernos aquí son terribles!- respondió estirando por un segundo una pequeña manguera que amarro al rededor de mi brazo derecho, que yo ya acostumbrado la manga de mi bata hasta arriba arremangada tenia
-Y bueno supongo que son gustos, a mi me encanta el invierno, es un ambiente tan surrealista- hablaba mientras ella clavaba la aguja en mis venas. ¡Ay! -susurré-
-Tranquilo, abre y cierra la mano una y otra vez para que la sangre bombee y fluya, así, así bien- decía en voz acallada. ¡Y si, claro que son gustos, a mí por ejemplo me gusta el verano porque la temperatura no es sofocadora como las provincias del norte de donde vengo! -continuó elevando su voz como tratando de sacar mi mente de ese esquema.
-¡Oh, el norte es muy lindo, he ido hace mucho tiempo a vacacionar, recorriendo distintos sitios!, Muy lindo si, pero no tengo pensado regresar, ¡el calor es insoportable!
-Si, es muy pesado el clima y este lugar, más allá del clima demás esta decir que el paisaje es impecable
-Si claro que si, esto es impagable, en los días en que hay sol, los rayos comienzan en el amanecer a colarse entre las hojas y ramas formando como un rompecabezas de reflejos luminosos sobre la tierra, acompañados de los sonidos de la naturaleza, cantares de aves, el soplido de la brisa que cruza rozando el lago como extrayéndole su frescura y trayéndola hasta mi ventana...¡Y los días nublados!, esos días que apartan al sol tornando el día gris ¡el cielo gris!, como formando un manto de intimidad en un bosque lleno de secretos, donde todas las personas conocidas en los alrededores tienen la oportunidad de reencontrarse con su interior y desquitarse de los compromisos sumisos que implica estar inserto en una sociedad, para llenarse de esa sensibilidad y melancolía que une el espíritu con los sentimientos profundos escondidos en el corazón, purificándonos...creo que es por eso que me he apartado de la gran ciudad, no hay persona más profunda que la que profunda en nuestro ser se encuentra
Terminando de hablar y levantando mi mirada de los tablones del suelo, donde sin darme cuenta se había posado soltando en palabras pensamientos del alma, mire a Doris ya para entonces asegurando con una cinta autoadhesiva la mediana bolsa donde mi sangre guardaba y antes de poder decir algo, guardando sus cosas en el bolso expresó:
-Es muy bello lo que acabas de decir, este lugar es un secreto, donde las personas al hablar conocemos, pero donde nunca conocer del todo podemos, porque su soledad entierra secretos entre los árboles del bosque
-Oh Doris, ni redactando hubiera podido expresarlo mejor...¡Talvez te robe eso eh!- dije riendo
-Bueno jovencito, está haciéndoseme tarde, iré a tomar el colectivo antes de que anochezca- respondió sonriendo
-Pero Doris, la llevo, ¿que problema hay?
-No joven Vincent, se lo agradezco, pero son poquitas cuadras a la carretera y pasan muchos colectivos aún
-¿Esta segura que no quiere que la acerque hasta su casa?, ¡mire que no es ninguna molestia eh!
-Se lo agradezco mucho señor, pero preferiría caminar, ha parado de lloviznar y esta fresquito para caminar un poco
-Bueno Doris, muchas gracias por su visita- dije poniéndome de pie como siguiendo a la señora que ya estaba parada
-No joven, soy yo quien debe de agradecerle todo lo que usted hace- dijo acercándoseme y posando la suave piel arrugada de su mano sobre mi muñeca. Jamás podré olvidar lo que usted hace por mi, porque bien sabe que la sangre que usted dona al banco de sangre, es un granito de arena para la vida de mi nietecita, ya que mucha sangre es la que pierde en cada operación -continuó empañando de angustia su mirada y esbozando una sonrisa como forzada, para no despedirse de mi dejándome la sensación de tristeza
-Usted sabe que lo hago con gusto señora- conteste sonriéndole como tratando de calmarla
-Si, jovencito, lo se, lo se y Dios sabe cuanto se lo agradezco
-Cuente conmigo siempre Doris
-Gracias joven, gracias. Bueno debo marcharme ya, hasta la próxima semana señor Vincent
-Hasta la próxima semana señora Doris...
Asomando medio cuerpo por la puerta podía observar a Doris alejándose de mi hogar por el camino de tierra, perdiéndose entre los árboles, por lo que mirando hacia el cielo que ya empezaba a oscurecer, me metí hacia adentro sin posar un sólo pie fuera de la casa en todo el día. Volteándome me acerque hasta la mesa redonda del living, tomando un cigarro negro y encendiéndolo mientras contemplaba el fuego, ya para entonces apagándose, por lo que me acerque junto a la chimenea, tome los últimos trozos de troncos y los arroje al fuego seguido de un chorro de alcohol para reavivar las llamas. Me hubiera recostado en el sofá posando un cenicero en mi pecho, fumando mi cigarrillo y contemplando el fuego, no había cosa que disfrutara más que encender la chimenea y recostarme en el sofá con el cenicero sobre mi pecho, fumando un cigarro y contemplando el esplendor del fuego, pero eso era lo que hacia todas las mañanas y para esas horas ya estaba anocheciendo y mi taza de café estaba enfriándose. Volví hacia la mesa y me senté junto a ella a terminar de beber mi café y compartiendo el impenetrable silencio, me sumía en miradas inmóviles y pensamientos apocados. Apoyando la taza vacía en el plato, me arremangue mi bata frotando la palma de mi mano sobre el pinchazo en mi brazo, pero enrojecido no se encontraba, ni siquiera podía divisar la ínfima herida de la jeringa y es que no era ese el brazo donde Doris había extraído mi sangre, era mi brazo izquierdo el que ardía tanto como el derecho, en donde me habían pinchado y hasta llegue a situarme mentalmente en la ultima media hora, para confirmar cual había sido el brazo del que me habían sacado mi donación. Tenía la molesta sensación de que mis brazos ardían incluso antes de llegada Doris a mi hogar, más precisamente desde el momento en que los golpes en la puerta de entrada me despertaron, pero no podía recordar si así había sucedido, porque en esos instantes apenas despertaba y los reflejos con el sueño se hacen débiles, no dejando cimientos firmes para detalles que en el momento no habían sido atendidos, pero como algo sin importancia a un lado deje, ya que tal delirio no guardaba ningún sentido.
Cubriéndome de oscuridad ya instaurada la noche, con el fuego de la chimenea como única iluminación en el amplio y contiguo ambiente hasta la cocina, me levante de mi asiento, interrumpiendo al silencio con el rechinar de las maderas del piso de parqué, tomando de la mesa ratona del living un cigarrillo y una vez encendido caminando hacia mi cuarto. Al pasar por la ventana de mi cocina el paisaje era casi escalofriante porque paisaje no había, todo era remota y sórdida oscuridad, por lo que un escalofrió talvez por miedo a una soledad donde en las sombras podía no encontrarse precisamente la soledad, como un miedo aterrorizante alimentándose de las supersticiones, me detuve un segundo y arrebatado revolví torpe y aceleradamente en la lacena hasta encontrar una vela que encendí al momento, como buscando en esa pequeña luminosidad en medio de una boca de lobo, una compañía para disipar los temores que nacían al esconderse el sol.
Con la vela en mi mano, busque encontrando al instante un viejo candelabro para colocar la vela y sin ganas de comer para entonces, comencé a caminar hacia mi cuarto a donde me dirigía antes de mi mirada distraerse sobre la nada. Entre por el pasillo, que muy lejos de guardar la blanquecina luz de los amaneceres, estaba totalmente negro y callado, la luz de mi vela resplandecía a cada paso sobre el empapelado de arabescos bordo y supongo debe de haber alumbrado mi rostro sumido en la vergüenza propia de sentir miedo siendo ya un joven mayor. Con mi mano izquierda tanteaba la pared, para encontrar la entrada a mi habitación, hasta sentir en mi mano el suave algarrobo del marco de la puerta de mi alcoba, lo cual me permitió fluir un sutil suspiro de alivio como habiendo encontrado mi guarida donde se encontraba el sentimiento de que nadie ni nada pudiera entrar y dando un paso a su interior, mi alma se enfrió, enfriando mi pecho, helando mi calma y haciendo temblar mi corazón, cuando un recuerdo auditivo se metió por mis oídos tencionando cada uno de mis nervios, al escuchar ya así como una nota musical de memoria estudiada el ruido del lapicero que sobre mi escritorio se encontraba, cayendo sobre el mismo expulsando los lápices sobre el papel y la madera, por lo que en un movimiento brusco acerque mi brazo con la vela en alto percibiendo una pequeña sombra que me atemorizo más que cualquier superstición y ya cuando nada sabia que hacer, ni como reaccionar, en un basto quejido estridente el cuerpo de esa sombra, porque viviente era por su capacidad de movilidad, salto hacia mi cara, haciéndome caer al suelo y arañándome el rostro antes de dar un salto sobre mi cama y salir por mi ventana de la habitación. No pude evitar gritar desconsolado y asustado humedeciendo mis pestañas de lo que aspiraban a ser angustiosas lágrimas por el miedo, pero lo que pude evitar es prender fuego mi casa ya que por un momento la vela sobre la alfombra apoye y apague de una palmada y lo que pude ver fue que de mi habitación por mi ventana lo que había escapado era un grisáceo gato. No recordaba haber dejado abierta mi ventana, era seguro que había asegurado la traba, pero al levantarme del suelo, candelabro en mano, me arrodille sobre mi cama observando que estaba partida a lo que echando un vistazo tratando de expandir inútilmente mi visión con la luz de la vela, contemple la intima oscuridad de los afueras por ultima vez y regresándome adentro apoye por unos segundos el candelabro sobre el borde de los pies de la cama y cerré la ventana, seguido de un repentino cierre de cortinas casi mostrando en tan hosco movimiento un rostro de perturbación. Agarrando con firmeza el candelabro, me dirigí hacia mi escritorio dejando la vela junto a un velador sin uso y muy nervioso, con las manos temblorosas busque la cigarrera de plata
entre hojas, biromes y bocetos para portadas buscando en las pitadas a mi cigarro un momento de calma en tan desesperante momento. Por último apoye la palma de mi mano izquierda sobre mi quijada y mi mirada fue robada tras el escritorio, inmersa y fría como en un océano de crímenes perfectos donde nunca nadie sabría o se enteraría de nada en lo absoluto, porque simplemente en medio de la inmensidad de la nada sentía encontrarme, solo con mi mente, solo con la integridad de mi conciencia y mis pensamientos más obsoletos. Me sentía realmente preocupado. Un gato de hogar ¿un gato hogareño en medio del bosque? -pensé garabateando el margen de una hoja-. Debe de haberse perdido, debe ser de alguien que lo ha perdido -susurré trazando una raya en la hoja hasta el centro de la misma-. Prendiendo un cigarrillo, de mi asiento escape por unos pocos segundos al buscar del armario escondida entre cajas de ropa como escondiendo un problema, una botella de ginebra y un vaso de cristal, con los que regresé al escritorio sirviéndome un trago que hacia sentirme otra vez un ser humano. Miré mi reloj de pared y era la medianoche, con mi birome en garabatos intente escribir una líneas y tras un vaso de ginebra me hundí en el cansancio. Estaba realmente muy cansado. Una sombra impertinente, sin dejarse ver se cruzaba por el pasillo mezclándose en la oscuridad del mismo, observándome tras la entrada de mi habitación y su respiración era agitada y hacia enfriar el ambiente y su volumen subía siendo más agravado y estridente, desesperando todo, gritando: ¡Podrás correr y tratar de entenderlo todo, pero el crimen es silencioso, es un secreto el desaparecer! El miedo no puede quitarse de tus ojos, cuando tus ojos ya no te pertenecen, sino que pertenecen al miedo, porque dejas de ser una persona con miedo y pasas a ser una persona parte de el.
Sobresaltado desperté tencionado y pasando mis manos por el cabello hacia atrás, mi frente emanaba un sudor cálido. Me había dormido exactamente dos minutos, por lo que miré en mi reloj y me había levantado de mi asiento hasta caer sentado a la cama, donde mi vista no se movía de la entrada de la alcoba. El silencio era muy cruel, me sentía morir en cada sonido que el segundero del reloj hacia, escuchaba el viento tras de mí moviendo los árboles y corriendo por la tierra, sin dejarme percibir si afuera o adentro de mí hogar había pasos de un merodeador nocturno, corriendo alrededor de las ventanas. De repente todo se callo. El viento pareció colarse entre las ramas emigrando hacia otro bosque, abandonando los árboles entre los que la noche se paseaba. Mi propio corazón parecía haberse detenido, porque no sentía sus latidos, pero sabía que continuaba vivo por los escalofríos que recorrían cada centímetro de mi cuerpo. Con mucho cuidado de no llamar la atención de algún indebido visitante, me levanté de la cama sin quitar mi vista de la entrada y caminando con suma precaución, apretando mis dientes por cada paso que en el piso de parqué bajo la alfombra rechinaba, me iba acercando hacia mi escritorio, sin quitar la vista de la entrada de mi habitación. En el cajón del escritorio, entre viejos manuscritos abandonados, se encontraba un revolver calibre 32, el mismo revolver que mi padre había guardado por años en el cajón de su mesita de luz, con el que nunca había matado a nadie más que a mi madre y a su propia vida. Junto a su fortuna, ese revolver me heredó. Lo tomé y confirme que estaba cargado y apuntando hacia fuera de mi cuarto, sin decir una sola palabra para advertir, ya que creía que toda persona que entrara a mi hogar sin mi permiso, cuando mi hogar era mi silenciosa intimidad, siendo mi intimidad lo único que tenia, no merecía vivir, así que sin más disparé. No pasó un minuto para que tomara el candelabro con mi mano izquierda y saliendo del cuarto notara para mi tranquilidad, que nadie se encontraba ahí afuera, pero la casa era suficientemente grande creando decenas de escondites. Eso me intranquilizó haciéndome volver dentro de mi alcoba, pero nadie que se tomará el derecho de entrar a mi hogar sin mi permiso tenia el derecho de asustar mi noche, ni de permanecer con vida. Saliendo del cuarto me afirmé en el piso de parqué que cubría todas y cada una de las habitaciones de mi hogar, a excepción del baño y la cocina, que tenían pisos azulejados y de mi habitación que se encontraba recubierta de una aterciopelada alfombra azul. Por el pasillo me dirigía al lado izquierdo, pasando junto a la estufa de metal amurada a un costado de la pared, debajo de un muy mal ubicado cuadro de Dalí. Fui hasta el baño e inspeccionando con mi mirada guiada por la luz de la vela, nadie ahí se encontraba. Por el pasillo por donde me había dirigido hace instantes, era por el que regresaba en dirección a la cocina al otro lado de mi hogar. Me afirmaba sobre el piso de parqué que cubría todas y cada una de las habitaciones, a excepción de tres de ellas y al lado izquierdo me dirigía, pasando junto a la estufa amurada a un costado de la pared, debajo de un muy mal ubicado cuadro de Dalí, pasaba por la puerta de mi habitación la cual tenía una aterciopelada alfombra azul que la diferencia casi de la totalidad de las demás habitaciones y en el trayecto al final del pasillo, muy lejos de guardar en ella la blanquecina claridad que en las mañanas se instauraba, entrando por las ventanas de la cocina y reflejando sobre el empapelado de arabescos bordo que cubrían el largo del pasillo, todo era una oscuridad casi sintiéndose espesa, atrapante y peligrosa. Pero algo me detuvo, algo me hizo volver de inmediato. Ni siquiera lo había notado, pero el cuadro estaba torcido. Lo enderecé y volví a mi trayecto hacia la cocina, pero con una molestia sensación al no poder recordar si el cuadro estaba ya torcido cuando me dirigí al baño, o si torcido ahora estaba al dirigirme del baño al comedor. Entrando a la cocina, con movimientos bruscos como intentando sorprender a alguien que ahí podría estar, deje el candelabro sobre la mesa y me senté junto a ella a fumar un cigarrillo ya que ahí nadie se encontraba. No pasaría mucho tiempo para que cayera rendido a la cama mirando el añejo reloj, que junto a la puerta de mi acogedora alcoba se encontraba.
Mi cuerpo estaba helado como un cadáver, frío como si de agua me hubieran empapado y la claridad gris de una mañana gris cubría mi cuerpo entrando por mi ventana abierta de par en par. Aún me encontraba dormido, pero mis ojos estaban entreabiertos y mi movilidad completamente nula, observando aterrorizado a alguien sobre mí, que de una misteriosa sombra se bañaba sin dejarme observarla y yo quería gritar, quería llorar, pero no podía hacerlo, mi miedo no podía expresar a pesar de que tan presente en mí estaba. No puedes escapar de tus propios tormentos y tu merecida suerte, porque la suerte no ha de ser buena, cuando en tu alma por años se ha cosechado la miseria de sentimientos reprimidos, que no derramaron una lágrima por sus progenitores fallecidos, puedes escapar más lejos que lo que tu mente ha llegado, pero tu alma nunca escapará con el tiempo, porque no reconoce cronologías -me susurraba aquel manto de sombras que helaban mi sangre. De repente todo se enmudeció y casi al segundo el viento comenzó a soplar desconsolado, furioso, entrando a mi habitación con violencia y por los aires haciendo volar las hojas de mi escritorio, los papeles del cesto abollados, danzando entre mis pertenencias en el ambiente sombrío y nebuloso que mis ojos tristes observaban. Aquel extraño habitante, alejándose de mi cama, se situó en la entrada de mi alcoba y como echando un último vistazo a mi cuarto, por el pasillo hacia el comedor de mi visión escapó. Con los ojos aún entreabiertos, terminé por abrirlos por completo como despertando de un sueño intermedio entre el soñar y la vida real. Mi ventana estaba cerrada y mis hojas desparramadas como costumbre sobre mi escritorio, pero mi cuerpo aunque tapado con frazadas estaba helado y la puerta de mi habitación cerrada, cuando siempre ésta abierta yo dejaba. Temblando de miedo en mi cama me senté, quedándome totalmente inmóvil como rememorando hechos. No sabía si lo que acababa de vivir había sido un sueño, pero si sabía que un sueño había tenido con mi querida madre:
Ella se encontraba en la cocina de nuestro antiguo hogar, de nuestro único hogar de familia, papá estaba trabajando y ella sentada en la mesa del comedor con un martillo destrozaba su alcancía de cerdo, con una fuerza que no reconocía en ella. Yo la observaba desde el sofá fumando un cigarrillo, mientras ella contaba su dinero. Somos ricos -susurraba-. Somos adinerados. Contaba los billetes verdes de una forma extrañable, como olfateándolos, degustándolos antes de meterlos en una billetera a punto de reventar. Hijo, ¿hace cuanto estas ahí? -dijo mirándome-. Aquí he estado todo el tiempo mamá. ¿Sabes que somos ricos? Si. ¿Sabes que papá nos matara? -continuó-Papá nos quiere y nos da dinero –respondí-. Papá nos quiere y nos destrozara a tiros y eso es tan triste cuando eres rico. Papá es bueno y nos da dinero. Papá nos quiere y nos destrozara a tiros.
Mis ojos se empañaron, derramando unas cinco lágrimas ante tal sueño desolador y al instante me levanté caminando unos cuatro pasos hasta los pies de la cama, donde sobre una silla tenia la ropa que más usaba. Unos pantalones de corderoi, una remera manga larga negra y una campera de cuero marrón era mi atuendo predilecto. En la cama me senté nuevamente, calzándome unas botas tejanas de cuero negro, sintiéndome realmente triste, mi corazón parecía retumbar palabras de miseria. Me sentía muy sensible y ajustando mi cinturón negro de hebilla de plata, me acerque hasta el escritorio con las manos temblorosas buscando la cigarrera de plata entre hojas, biromes y bocetos para portadas, buscando inútilmente en las pitadas a mi cigarro, un momento de calma en tan angustiante momento, ya que me encontraba muy nervioso por el miedo a una visita indeseada fuera de mi habitación. No quitaba mi mirada de la puerta cerrada de mi habitación en ningún momento. En el cajón del escritorio, entre viejos manuscritos abandonados, se encontraba un revolver calibre 32, el mismo revolver que mi padre había guardado por años en el cajón de su mesita de luz, con el que nunca había matado a nadie más que a mi madre y a su propia vida. Confirmé que estaba cargado y apuntando comencé a caminar hacia fuera de mi cuarto, sin decir una sola palabra de advertencia, ya que creía que toda persona que entrara a mi hogar sin mi permiso, cuando mi hogar era mi silenciosa intimidad, siendo mi intimidad lo único que tenia, no merecía vivir, así que tome la manija de mi puerta y girándola y tirando hacia mí manteniendo el revolver apuntando, sin más disparé. Habiendo dejado en unos momentos atrás mi sensibilidad, en ese instante me sentía invadido y furioso, así que a toda prisa salí de mi habitación, afirmándome en el piso de parqué y caminando con pisadas pesadas que hacían crujir el suelo, me dirigí al costado izquierdo por el pasillo, pasando junto a una estufa bajo un muy mal ubicado cuadro de Dalí y de un empujón abrí la puerta del baño, registrando como un cazador sediento de muerte que ahí nadie se encontraba, por lo que apurado salí del baño afirmándome en el piso de parqué y caminando veloz por el pasillo al lado izquierdo, pasé junto a la estufa de metal bajo un muy mal ubicado cuadro de Dalí, pasé por la puerta de mi habitación la cual tenia una aterciopelada alfombra azul que la diferenciaba casi de la totalidad de todo el hogar, echando un vistazo dentro del cuarto como en un segundo registro y continué hasta la cocina, como sintiendo el hedor de una visita a la que no merecía estar con vida. La claridad gris de esa mañana gris, ya reflejaba sobre el empapelado de arabescos bordo que cubrían el largo del pasillo y entrando a la cocina como en un pico de furia, comencé a disparar, contra la lacena, sobre la mesa de algarrobo, sobre la ventana y por ultimo sobre la cigarrera que se encontraba en la mesa ratona del living. Nadie ahí se encontraba y respirando agitado como hubiendo usado todas mis energías, me quedé parado junto al sofá, frustrado y demasiado cansado, pero no de sueño si no de la tristeza que en los días grises recurría a mí. Me acerqué en unos pasos a la mesa ratona y arrojando al piso los cigarros despedazados por el balazo, unos de milagro quedaron sanos, siendo así los que me acompañarían durante un largo rato, fumándolos sentado en el sofá con mi mirada hecha hielo sobre las patas de la mesa, que nada guardaban en ellas más que un punto fijo donde reposar los pensamientos. Mis ojos parpadearon, mi cabeza hizo un "clic" al no escuchar ya más el constante chasquido de los troncos crujiendo entre las llamas de la chimenea. Miré hacia ella y el fuego estaba consumiéndose y ya no quedaba más leña. No con mucho ánimo, me levanté del sofá y tomando la mitad de un cigarrillo junto a la mesa ratona, lo encendí y me dirigí a la puerta de entrada, abriéndola y frunciendo mi rostro, encandilado ante tanta claridad. La niebla era fría y no tenía visión más allá de diez metros. La tierra estaba húmeda y fangosa y caminando a un costado de la casa mordiendo mi cigarrillo con los dientes, tomando del mango y dando un fuerte tiron, quité clavada de un tronco junto a la leña aparcada, el hacha, cuando tras de mi sobre un árbol, un ave que no podría decir cual fue, contraccionando sus pulmones emitió un canto asemejado a un quejido irritante y lleno de fuerza, que hizo casi darme un salto del susto. Al instante me volteé nuevamente para continuar con lo que me disponía a hacer. Dejando el hacha a un costado, tomé un tronco que apoye a unos metros de ahí y agarrando el hacha con ambas manos en posición de golpe, como si una resucitación fuera a hacer, con todas mis fuerzas hacheé el tronco partiéndolo en cuatro pedazos. Tirando mi cigarro, tome otro tronco que apoye a unos metros de ahí y agarrando el hacha con ambas manos en posición de golpe, como si una resucitación fuera a hacer, con todas mis fuerzas hacheé el tronco partiéndolo en tres pedazos. Ya por los próximos dos días eso alcanzaría. Acercándome a la pila de leña y con el hacha en alto sobre mí, con gran fuerza me inicié a infringir un golpe seco sobre un tronco para dejarla ahí clavada, cuando a mitad de camino, de un movimiento precipitado, dirigí mi golpe hacia un costado golpeando y haciendo saltar pedazos de tierra, al escuchar tras de mí las pisadas apuradas de alguien entre la niebla. Giré apresurado, pero nadie ahí se veía, tan sólo la niebla encerrando esa tramo de bosque, como no dejando salida segura a ninguna parte, más que al interior del hogar donde podía ser un buen escondite o el lugar perfecto para un crimen. De inmediato, a un costado mi visión lateral pareció ver cruzar a alguien entre los árboles que poco a poco parecían amedentrarse más en la niebla, pero el miedo mismo podría haber creado aquella visión, pero el sonido seco de los pasos corriendo aún daban picazón a mis oídos. Sin más dejé el hacha a un costado y tomando los trozos de tronco cortados como cargando un bebé, entre a mi hogar cerrando la puerta tras de mí. Junto a la cómoda dejé apilada la leña a excepción de dos trozos que arrojé a la chimenea, luego rocié con alcohol y tomando un pedazo de cigarrillo junto a la mesa ratona, lo encendí con un cerillo, volviéndome hacia la chimenea donde lo tiré iniciando las cálidas llamas. Sin permanecer mucho más parado junto a las llamas, donde mi razonamiento parecía quemarse en el fuego ante tal extrañes rondando mi vida, me preparé un café en la cocina, cargando con la taza humeante hasta el escritorio de mi habitación, junto al que me senté luego de cruzar el extenso pasillo de paredes forradas de arabescos bordo y entrar en aquella habitación de alfombra azul aterciopelada, donde se guardaban muchas horas de mi vida. Mirando tras la ventana, la niebla parecía cada vez acaparar más la región dejándola inexistente a simple vista. Al segundo volví mis ojos al papel, bebí un sorbo de café y tome mi lapicera escribiendo lo primero que se me vino a la mente: "Cuando las nieblas han de taparte dejas de existir, porque permaneciendo con vida, a los ojos de los demás ya no existes". Esto no servirá, ¿en que estoy pensando? -susurré para mi mismo abollando la hoja y arrojándola al cesto, seguido de un sorbo de café y el repique pensativo de mi lapicera sobre el papel. Mi mente estaba dispersa, porque mi vista se perdía por la ventana a cada minuto, como buscando algo que no buscaba, pero que parecía buscarme a mi. Al momento volví mi vista a la ventana y la niebla parecía haber llegado ya hasta un metro de los cristales, como tragándose el mundo y al momento de regresar mi vista al papel, como si observándolo fuera a nacer una idea, en el punto intermedio entre observar por la ventana y volver mi vista hacia mi hoja, alguien pasó por mi ventana, pero esta vez no me había parecido ver a alguien, realmente alguien había aparecido. Mi respiración fue absorbida como una esponja por mis pulmones, dejándome la garganta seca y el pecho vacío, expectante, expectante. Sin pensarlo un segundo, abrí el cajón de mi escritorio, donde entre viejos manuscritos abandonados, se encontraba un revolver calibre 32, el mismo revolver que mi padre había guardado por años en el cajón de su mesita de luz, con el que nunca había matado a nadie más que a mi madre y a su propia vida. Confirmé que estaba cargada y parándome de mi asiento, con mucho cuidado de no hacer ruido, traté de escuchar sonidos, pistas y para mi desgracia sonidos se escuchaban, ruidos de pisadas y la tos de alguien como en un eco proviniendo de la parte delantera de mi casa. Apresurado salí de mi habitación, afirmándome en el piso de parqué y dirigiéndome hacia el lado derecho, atravesando el extenso pasillo, donde al final del mismo el reflejo de aquella tarde gris reflejaba sobre el empapelado de arabescos bordo. Entré a la cocina y apunte mi arma hacia la puerta de entrada, pero invadido por el miedo, me acerqué hasta la ventana para echar un vistazo a través de las viejas y transparentes cortinas, recordando que era viernes. Todos los viernes por la tarde Doris venía a mi hogar. Apresurado me quité la campera de cuero que dejé en el respaldo de la silla y guardé el revolver de mi padre en mi cintura, cubriéndolo con mi remera, antes de recibirla. Buenas tardes señora Doris -dije abriendo la puerta, simulando mi mejor sonrisa. Buenos días Joven Vincent ¿como se encuentra el día de hoy? -contesto entrando a mi hogar, observándome con el rostro empapado de extrañes. ¿Se encuentra bien señorito Vincent? -continuó mientras yo cerraba la puerta-. ¡No, la verdad no estoy bien señora Doris! -exclamé rompiendo en un llanto estridente y cayendo entre los brazos de Doris, que como una madre me daba su contención-. ¡Ay señorito, respire profundo, respire profundo y cuénteme lo que sucede! -dijo con su voz tierna y suave como la ceda-. ¡No es lo que sucede ahora señora Doris, es lo que viene sucediendo desde hace años! -vociferé sumido en la angustia, sin soltarme de aquella buena señora-. Siéntese joven, siéntese que le sirvo un vaso de agua- contesto la señora Doris, dejando su bolso sobre su asiento y yendo a la mesada tomando un vaso de vidrio que ahí se encontraba y cargándolo de agua abriendo la canilla de la pileta. Mientras el vaso se llenaba, pudo notar un impacto de bala sobre la lacena y sin antes haberlo notado al llegar, una brisa entró por la ventana de la cocina, levantando la cortina y haciéndole correr en ella un escalofrió por todo su cuerpo, al ver un segundo impacto de bala sobre el marco de la ventana que había partido el cristal. El vaso de agua estaba rebalsando ya sobre su mano y con una atenuante y asustada voz casi tartamudeando expresó:
-¡Señorito Vincent ¿Que es lo que ha sucedido?, ¿que son estos impactos de bala?!
-No quería que usted viera esto, realmente no quería que las cosas resultaran así, pero supongo que nadie ha de tener consideración en los tiempos violentos...- respondí con la voz quebrada y derramando lágrimas aún
-No lo entiendo señorito- respondió Doris aún de espaldas volteándose hacia mi y quedándose sin aliento, aterrorizada, al observarme encorvado en mi asiento con un revolver en mi mano izquierda, apoyado sobre la mesa. ¡¿Que hace con ese revolver señorito?, ¿de quien es?! -continuó con la voz vibrante
-Ésta es el arma del crimen y es tan triste cuando las historias ya están escritas y uno no puede simplemente borrarlas...-respondí, mientras la señora Doris asustada daba unos pasos hacia atrás en dirección a la puerta de entrada
-Señorito Vincent, se lo ve muy mal, por favor deje el arma señor, no se cual sea su problema señorito, pero por favor entrégueme su arma, vamos a tomarnos un cafecito y hablar tranquilos de lo que le esta sucediendo en este momento de su vida ¿si?
-Eso me gustaría mucho señora Doris- expresé
-Muy bien joven entonces vamos a...
-Vivimos de las apariencias, lo cual no es sinónimo de bienestar, pero si sinónimo de supervivencia, porque cuando dejamos de aparentar, morimos- interrumpí afligido en un corredero de lágrimas
-Jovencito, no este triste, vamos a hablar, las cosas no son tan terribles, siempre se encuentra un rayito de luz en el que encontramos vida
-Pero en mí siempre estará arraigado en lo profundo, el odio hacia los finales, porque odio los finales, incluso los de la vida misma
-Es que no tiene porque haber un final señorito...vamos a hacer una cosa, sentémoslos a tomar una taza de café y hablemos, verá que no todo es tan terrible, sirve mucho descargarse y no guardar dentro nuestro lo que nos hace mal- dijo tratando de apaciguar la situación y calmarme
-Pero ya es demasiado tarde cuando se ha llegado a la última hoja y en el pie de página dice 'El Fin'- conteste angustiado, dejando correr un tendal de lágrimas sin fin por mis mejillas, mojando mi quijada y goteando sobre mi camiseta
-¿De que fin esta hablando señorito?- preguntó llenándosele sus ojos de lágrimas
-El Fin de esta historia de días grises, donde en el final nunca existe la felicidad- conteste levantando mi cabeza y mirando de costado a la señora Doris, que lágrimas ya caían por su rostro y antes de que pudiera sollozar angustiada, apunte mi revolver y le disparé al corazón, ya que creía que toda persona que entrara a mi hogar sin mi permiso, cuando mi hogar era mi silenciosa intimidad, siendo mi intimidad lo único que tenia, no merecía vivir, así que sin más le disparé. Levantándome de mi asiento, me acerque a la mesa ratona del living, tomando un mitad de cigarrillo destruido por el balazo, lo encendí y me recosté por unos momentos en el sofá. No había cosa que disfrutara más que recostarme en el sofá con el cenicero posado en mi pecho, fumando un cigarro y contemplando el esplendor del fuego y eso es lo que hacia todas las mañanas, pero para entonces ya estaba atardeciendo. Me levante del sofá y crucé por la cocina, pasando junto al cuerpo y a la mesa de algarrobo, entré por el pasillo en dirección a mi habitación, cruzando el extenso pasillo que estaba empapelado en su totalidad por un tapiz de arabescos bordo. Me sumí en mi habitación, la cual tenia una aterciopelada alfombra azul que la diferenciaba casi de la totalidad de las demás habitaciones, me dirigí hacia el escritorio, guardando el revolver en el cajón del mismo y con las manos temblorosas, busqué la cigarrera de plata entre hojas, biromes y bocetos para portadas, buscando en las pitadas a mi cigarro un momento de calma. Sentándome junto a mi escritorio, apoyé una mano en mi quijada como sosteniendo mi cabeza y perdí mi visión y atención entre los escritos desparramados sobre aquel viejo mueble:
"Miré a través de las transparencias de las cortinas de la cocina y recordé que era viernes. Era la señora Doris la que venia a mi hogar todos los viernes por la tarde. Pero la señora Doris no sonreía, simulaba, porque todos los días se habían convertido ahora en viernes, porque todos los días, desde hacia tres años, merodeaba por mi hogar a todas horas, llevando a su gato de acompañante, para sacarme sangre para su nieta, que había muerto una década atrás. En su trauma, al que ella llamaba 'Esperanza', guardaba la esperanza de ver otra vez a su nietita corretear por el living de su hogar, mientras ella la cuidaba cuando su madre trabajaba. Guardaba los litros de sangre en el refrigerador, esperando el llamado del hospital donde solía trabajar, diciendo que era el momento de utilizar la sangre para la operación que salvaría la vida de su nietita. La misma operación que se había realizado diez años atrás, habiendo fracasado y que su inconsciente había decidido ignorar. Entonces decidí matarla, ya que creía que toda persona que entrara a mi hogar sin mi permiso, cuando mi hogar era mi silenciosa intimidad, siendo mi intimidad lo único que tenia, no merecía vivir. El día viernes había llegado y era de tarde. No pasaría mucho tiempo para que le disparara a su corazón. Hacia años que había preparado este momento. La escondería bajo la aterciopelada alfombra azul de mi acogedora alcoba. La alfombra no estaba sellada al suelo, por lo que levantando mi cama desde los pies de la misma, quitaría la alfombra, descubriendo el suelo. Con cuidado sacaría uno a uno tres de los amplios tablones del piso de parqué y en el oscuro y húmedo agujero la recostaría, escondiéndola. Luego, colocaría con cuidado uno a uno los tablones y cubriría nuevamente el suelo con la aterciopelada alfombra azul, que diferenciaba a mi cuarto casi de la totalidad de las demás habitaciones. Sentándome en mi asiento recordaría, anotándolo en una hoja como recordatorio, que los secretos son tan secretos, a veces para nosotros mismos, que perdemos el conocimiento de lo que en algún momento conocíamos. Del cajón de mi escritorio, entre viejos manuscritos abandonados, tomaría un revolver calibre 32, el mismo revolver que mi padre había guardado por años en el cajón de su mesita de luz, con el que nunca había matado a nadie, más que a mi madre, a su propia vida y a la mía. Y es que es tan triste cuando las historias ya están escritas y uno no puede simplemente borrarlas, pero ya es demasiado tarde cuando se ha llegado a la última hoja y en el pie de página dice...”
'El Fin'